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Ambiente político Por: Alfonso Díaz Rey   Estamos en plena temporada de campañas electorales, la práctica política en la que se dilapidan cuantiosos recursos para hacerle creer al pueblo...

Ambiente político

Por: Alfonso Díaz Rey

 

Estamos en plena temporada de campañas electorales, la práctica política en la que se dilapidan cuantiosos recursos para hacerle creer al pueblo que es él quien elige a quienes habrán de gobernar el país o en alguna región de éste.

Es en esta temporada cuando la mentira y el denuesto se convierten en poderosas armas que junto a añejas promesas que renuevan muy lejanas esperanzas, las que como es costumbre no se cumplirán, utilizan los participantes en la contienda electoral para «atraer» a los votantes, muchos de ellos cautivos o comprados mediante mecanismos asistencialistas y, para variar, con más promesas; todo ello con la finalidad de derrotar a sus contrincantes.

En estas campañas por lo general están ausentes los programas que evidencien que los candidatos tienen el suficiente conocimiento de la realidad del país, los problemas del pueblo y sus verdaderas causas; en su lugar proliferan la mentira y el agravio, además del escandaloso y ostentoso derroche de recursos financieros, unos provenientes del erario y otros de muy dudosa procedencia.

Durante las campañas electorales se genera una gran contaminación visual y auditiva; existe un irracional consumo de combustibles, lo que contribuye a incrementar la contaminación atmosférica y se contaminan suelos con la enorme cantidad de papel, cartón y plásticos que se utilizan para la propaganda.

El financiamiento privado proporcionado a candidatos por individuos o empresas, da lugar a que una vez en puestos públicos se corresponda a ese financiamiento con «favores», lo que propicia actos de corrupción tanto en la esfera pública como en la privada.

Además, todo el proceso está regido por leyes que se elaboran desde y para seguir conservando el poder; de modo que quienes piensen que acudirán a una contienda con un árbitro imparcial, estarán pecando de ingenuos.

El descontento y desencanto de mucha gente ante la permanencia de antiguos problemas que con el tiempo se han agudizado, ha dado lugar al surgimiento de personajes que han decidido participar en la contienda electoral por puestos de «elección popular». Cuando sus propuestas, no obstante pertenecer al sistema, implican algún freno o disminución de privilegios para el grupo en el poder, se añade otro ingrediente a las campañas: el miedo.

Mediante el miedo los candidatos seleccionados desde el poder son presentados, así como su política, las posiciones e intereses que ellos defienden, como la única opción viable para el país. Nos ofrecen más de lo mismo que tiene a más de la mitad del pueblo en la pobreza y al resto, con excepción de los dueños del dinero y sus personeros, en situación de vulnerabilidad y con escasas perspectivas en cuanto a mejoras en calidad de vida.

Cuando a pesar de las mentiras, agravios, «compra» de votos y un inducido ambiente de miedo, en las urnas o en las intenciones de voto la mayoría se manifiesta por un candidato sin la bendición del grupo en el poder, entonces surge el fraude electoral como alternativa para continuar por la misma senda. Los más recientes ejemplos: 1988, 2006 y 2012.

Y cuando todos los candidatos tienen el visto bueno del grupo en el poder, entonces es casi seguro que el actual estado de cosas prevalecerá, quizá con algunos cambios cosméticos, más de forma que de fondo, pero en lo fundamental será más de lo mismo.

Ante ello, cabría reflexionar si la manera en que estamos organizados como sociedad es la más adecuada. De entrada, la realidad misma nos muestra que no es así; por tanto, como sociedad, sin el concurso de quienes desde sus posiciones políticas y económicas quieren mantener el actual estado de cosas, podríamos, de la forma más democrática, establecer nuevas reglas de convivencia y nuevas relaciones a través de las cuales todos aspiremos a una vida digna, con más justicia y equidad.

Lo anterior implicaría que la política la hiciera y la definiera el pueblo organizado; que los candidatos a puestos de elección popular sean designados por el pueblo, que ser electo para esos puestos signifique un alto honor y no una forma de vivir del erario y que, además, cuando incurran en fallas debidas a conductas deshonestas, existan los mecanismos para que el mismo pueblo los remueva y les finque responsabilidades.

En este escenario no existirían las campañas políticas, el derroche de recursos, el despliegue de mentiras ni la imposición mediante la coacción, el fraude o cualquier otro medio.

Pareciera un sueño. Sin embargo, en algunas comunidades de nuestro país el pueblo ha experimentado avances importantes en formas de organización alternativas, las que han mostrado ser mejores y más justas que las que desde el poder nos han impuesto. La forma en que lo han logrado podría resumirse como: ejercicio de su soberanía.

 

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