Desigualdad
Alfonso Díaz Rey
Recientemente la revista Forbes, especializada en finanzas, publicó la lista de las personas que en este año forman el selecto grupo cuyos integrantes poseen fortunas individuales superiores a los mil millones de dólares.
En el mundo este grupo lo conforman 2208 personas que constituyen el 0.000029% de la población del planeta, quienes durante 2017 incrementaron su riqueza en un 18%, con respecto del año precedente.
En México, diecisiete personas pertenecen a esa élite; ellos constituyen el 0.000014% de la población del país y el pasado año su riqueza se incrementó en un 20%.
Como podrá advertirse en las cifras anteriores, en México la proporción de los súper ricos es menor y sus ganancias se incrementaron en mayor proporción que a nivel mundial, lo que da una idea de la concentración de la riqueza a la vez de la desigualdad que existe en nuestro país.
Quizá por ello el candidato del PRI piense que la economía mexicana funciona bien. ¡Claro que funciona bien, pero para sus patrones! Porque el raquítico crecimiento promedio de la economía nacional, en la época de la globalización, modernización y entrada al primer mundo, apenas alcanza el 2%, con todo y la reforma energética.
La fortuna de esos 17 «mexicanos» se incrementó durante el pasado año la cantidad de 23100 millones de dólares; y como sabemos que la única fuente creadora de riqueza es el trabajo, imaginémonos cuánto sudor o cuánto esfuerzo mental habrán invertido para acumular esa cantidad de dinero.
Cuando unos cuantos acumulan riqueza en cantidades exorbitantes, quiere decir que una cantidad también exorbitante de trabajadores en las más variadas actividades fue despojada del producto de su trabajo.
Esa es la forma en que funciona el sistema en que vivimos y la desigualdad es su principal característica. Por un lado, una enorme masa de seres humanos que lo único que poseen para procurarse los medios de subsistencia es su fuerza y capacidad de trabajo manual o intelectual y, por otro, un pequeñísimo estrato de la población que es propietaria de los medios de producción y los utiliza para explotar a los que trabajan, apropiándose de una parte sustancial del producto de su esfuerzo.
Para mantener tal situación, esa minúscula parte de la población ha confeccionado a través de la historia una serie de mecanismos de control que van de los más sutiles, como los ideológicos, hasta los más burdos, como las fuerzas represivas, pasando por la educación, el sistema electoral y los partidos políticos, la legislación, instituciones religiosas y el gobierno, entre otros; todos ellos parte de un Estado a su servicio que crea y reproduce las condiciones que le permiten como clase social conservar su poder.
Para facilitar su dominio, nos imponen por diferentes medios su concepción del mundo y la realidad, también nos mantienen desunidos; de esa manera, lo que intentemos para sacudirnos su poder será hasta cierto punto intrascendente. Y cuando nuestras acciones cuestionan seriamente el estado de cosas existente, siempre tendrán a la mano a las fuerzas represivas, ya que también poseen el monopolio de la violencia.
Las luchas que llevan a cabo diferentes sectores de nuestro pueblo por mejorar sus condiciones de existencia tienen, en la inmensa mayoría de los casos, una causa y un enemigo común: el sistema capitalista. Por esa razón, para superar esta situación que en nuestro país adquiere caracteres dramáticos y de tragedia, es preciso tomar conciencia de ella, organizarnos y hacer un esfuerzo por lograr la unidad más amplia posible.
Entender y ubicar al enemigo principal e intentar la vinculación de todas nuestras luchas podría llevarnos al encuentro con más compatriotas con los que compartimos anhelos y esperanzas.
Salamanca, Guanajuato, 30 de mayo de 2018
