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#DíaInternacionalContraelCáncerdemama «DECIDÍ QUE EL CÁNCER NO IBA A TERMINAR CON MI VIDA, DECIDÍ LUCHAR POR MÍ, POR MIS HIJOS». Testimonio de un padecimiento.

Julieta Gómez platica su experiencia con el cáncer de mama, es una historia que invita a todas las mujeres a NO DEJAR DE LUCHAR NUNCA y prevenir este padecimiento....

Julieta Gómez platica su experiencia con el cáncer de mama, es una historia que invita a todas las mujeres a NO DEJAR DE LUCHAR NUNCA y prevenir este padecimiento.

En este Día Internacional de la Lucha Contra el Cáncer de Mama, el Salmantino se une a la lucha con cada una de las mujeres que lo padecen, recuerda a todas las que perdieron la batalla y emprende un sutil exhorto para que todas y cada una de las mujeres procuren su salud y vayan en pro de la prevención.

Soy Julieta Gómez, en el año 2011 me encontraba con 32 años, casada, con 3 hijos. Candela tenía 9 años, Nazarena 5 y Manuel apenas 6 meses. Todo era plenitud y felicidad. Nada, absolutamente nada, hacía sospechar que mi vida cambiaría radicalmente y que estaba a punto de comenzar el camino más difícil que podía transitar.

Comenzaré por el principio. Tal como mencioné antes corría el año 2011, Enero. Un día como cualquier otro estaba amamantando a mi hijo y me palpo un bulto en mi mama derecha. Era bastante grande, como del tamaño de un kiwi. Mi sorpresa fue inmediata y debo decir que desde ese momento supe que algo andaba mal.

Al regreso de mis vacaciones hice la consulta con mi ginecólogo, quien me mandó a realizar una mamografía y una ecografía mamaria. Poco tiempo después volví con los resultados. Inmediatamente me derivó al mastólogo. Su cara lo dijo todo.

Saqué turno con el especialista quien después de ver el resultado de las imágenes y de revisarme me indicó realizar una punción. Allí fui. Después de burocracia y esperas de todo tipo, el 18 de abril tuve mi diagnóstico: Carcinoma Ductal Invasivo Infiltrante. Sentí que el cielo se me caía encima, que el mundo se desmoronaba por completo. Quedé completamente en shock. Lo primero que pensé era que me moría.

A la mañana siguiente todo se vio diferente. Decidí que el cáncer no iba a terminar con mi vida. Decidí luchar, por mí y por mis hijos. Ese fue el primer día del resto de mi vida.

Le siguió la visita al oncólogo, mi queridísimo Doctor Daniel Maldonado. Me explicó como sería el tratamiento y me mandó otra batería de estudios. Me encontré con un diccionario de palabras que jamás creí manejar.

En Mayo comencé con mi primera sesión de quimioterapia. Fue en el momento que me topé con un Movimiento de Ayuda al Cáncer de Mama. Una compañera de trabajo me contó a qué se dedicaban y cuánto me podían ayudar en este proceso. No la escuché. Pero llegó el día de la primera aplicación y todo se llenó de angustia y miedo, y entonces llamé. Me hicieron la entrevista de admisión y una semana después formaba parte del grupo de mujeres jóvenes. Allí conocí a dos ángeles, Patricia y Mónica, mis coordinadoras de grupo, y a un puñado de guerreras incansables que estaban atravesando por la misma enfermedad.

Tomé la decisión de trabajar en cada una de las áreas de mi ser. Comencé a hacer Reiki, con otro ángel que este bendito cáncer me puso en el camino, mi querida Rita. Ella también me enseñó a meditar y me hizo conocer las propiedades de las Flores de Bach, lugares que he transitado con éxito. Fui cada semana, junto a mi papá, a ver al Padre Abraham, un cura carismático y sanador. Cada vez que cruzaba por la puerta de esa iglesia una paz absoluta e infinita me invadía el cuerpo, el espíritu, el alma entera. Y por último comencé terapia, algo que venía posponiendo desde hacía años.

Iniciado el tratamiento vinieron los efectos de la quimio. Se me cayó el pelo. Recuerdo que jugué a la peluquería con mi hija Nazarena. Fue ella quien me pasó la máquina por la cabeza cuando me quedé con el primer mechón en la mano. Lo recuerdo como si fuera hoy. Pero el pelo, aunque estaba muy corto se seguía cayendo. Y una tarde, cuando hacía la tarea junto a mi hija mayor, me doy cuenta que su cuaderno estaba lleno de pelitos de apenas un centímetro. Sacudí su cuaderno. A la mañana siguiente, en la soledad de mi casa volví a pasarme la cortadora de cabello, pera esta vez a 0. Levantar la cabeza y mirarme en el espejo me dejó sin aire. Y lloré. Lloré y lloré, me enojé, grité, maldecí a Dios y a todos los santos. ¡¡¡Tenía 32 años!!! ¿Por qué yo tenía que estar pasando por todo eso? Pero me levanté, me sequé las lágrimas y seguí adelante. Tenía tres excusas maravillosas para no bajar los brazos.

A pesar de lo dramático e intenso que pudo ser ese momento, el más doloroso que me tocó transitar fue cuando luego de recibir el diagnóstico, con el resultado de la biopsia en las manos del mastólogo, me dijo muy suelto de cuerpo que iba a cortarme la lactancia, que ya no podía seguir dándole la teta a mi hijo. Sentí un puñal en el medio de mi pecho. Me prescribió una pastilla que debía tomar esa misma noche, y fue esa misma noche que Manuel comenzó a tomar la mamadera. Nunca se quejó, nunca se opuso al cambio, como si de alguna manera supiera lo que estaba pasando, y apenas tenía 10 meses. Al día siguiente tuve que sacarme yo misma la leche. Me duché, dejé correr el agua caliente por mis pechos, lo que hizo que los conductos se dilataran, y con el bendito sacaleche vacié mis mamas. Y lloré. Lloré con cada frasco de leche que derramé en esa bañera.

Ya con el tratamiento en marcha dejé la autocompasión. Decidí dejar de preguntarme “por qué”, respuesta que nunca iba a encontrar, y comencé a preguntarme “para qué”. Allí inició mi proceso de transformación. Me reencontré con mi ser espiritual, con mi ser interior, con mis deseos más profundos. Un viaje de ida a mi propio centro.

Pasaron las quimios, cuatro de las fuertes cada 21 días (las que pasaron por esto saben a que me refiero) y 12 semanales de las suaves. En este proceso pasé por la impotencia de no poder disponer de mi cuerpo, de mi tiempo, de mi vida, de visitar a médico tras médico, estudios miles, incontables análisis de sangre. Mi vida transcurría entre consultorios y el hospital de día de la clínica. Mis hijos eran mi salvavidas. Su vida y sus actividades, mi recreo.

Llegó el momento de la cirugía. Vuelvo a visitar al mastólogo para recibir las indicaciones. Él me comenta que había estado hablando con mi oncólogo y que habían llegado a la conclusión que lo mejor era hacer una mastectomía. El mundo se volvió a derrumbar sobre mí. ¡¡Era demasiado joven para que me sacaran una teta!! Y lo cuestioné, y me enojé con él, y otra vez apareció el “por qué a mi”. Salí del consultorio y lloré. Y otra vez apareció la bronca, la furia. Y otra vez entendí qué tenía que hacer para mantenerme a salvo. Y acepté. Acepté con la plena convicción de que era lo mejor.

Llegó el día de la cirugía, el 20 de Diciembre. Mastectomía y primera etapa de la reconstrucción. Dos en una. Allí me encontré con otros desafíos. El espejo, la imagen incompleta, mi costado femenino completamente dañado, mi erotismo sepultado.

Le siguieron dos cirugías más y la reconstrucción estaba completa.

Para fines del 2012 el camino estaba recorrido. Me amigué con mi cuerpo. Acepté mi imagen y comencé de nuevo.

Hoy me encuentro con 38 años, siendo parte del Movimiento Ayuda al Cáncer de Mama, coordinando el grupo de mujeres jóvenes y devolviendo algo de lo mucho que me dieron. Completamente agradecida a mi enfermedad porque me dio mucho más de lo que me quitó. Agradecida a mi familia, a mis amigos, a los que se sumaron mientras recorría este difícil camino, y a los que se fueron también. Todos ellos me dieron lo mejor de sí.  Plenamente orgullosa de mi proceso, de haber transformado el momento más difícil de mi vida en mi punto de partida.

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