Salamanca amaneció este lunes con un aire distinto. El sol se levantó tímido, más dorado de lo habitual, anunciando que hoy —22 de septiembre— el calendario marca el equinoccio de otoño. Ese momento exacto en que la luz y la sombra se reparten en partes iguales sobre la Tierra, como si el tiempo mismo hiciera una pausa para equilibrar las balanzas.
En las calles, la rutina siguió su curso: los mercados ya olían a pan de muerto anticipado, los cafecitos servían chocolate caliente, y los árboles del Jardín Principal parecían haber cambiado de vestido durante la noche. Las primeras hojas secas ya crujen bajo los pasos de quienes caminan rumbo al trabajo o la escuela, recordando que el verano se despidió sin avisar.
Más allá de la astronomía, el equinoccio en Salamanca tiene su propia magia. Los campesinos de las comunidades miran al cielo porque saben que este cambio anuncia nuevas cosechas, los comerciantes aprovechan la temporada para exhibir calabazas y dulces de temporada, y los estudiantes empiezan a contar las semanas que los separan del Día de Muertos.
El ocaso promete un espectáculo: el cielo pintado de naranja intenso y púrpura, reflejado en la Refinería y en los techos coloniales del centro histórico. Hoy, Salamanca no solo recibe al otoño; lo celebra con aromas, colores y sonidos que recuerdan que cada estación trae consigo un nuevo comienzo.
Porque así es el equinoccio; un recordatorio de que, aun en medio de la prisa diaria, la naturaleza se toma el tiempo de equilibrar la vida.
Imagen generada con IA


































