El Callejón del Diablo. La leyenda salmantina que resiste al paso del tiempo

En el corazón del centro histórico, entre las calles estrechas que aún conservan la traza antigua de la ciudad, existe un rincón que despierta la curiosidad de visitantes y el respeto silencioso de los habitantes. En la calle Tres Guerras, se encuentra el famoso Callejón del Diablo, un sitio donde la historia y la superstición se entrelazan desde hace más de un siglo.

Aunque hoy es apenas un paso angosto entre construcciones, su nombre continúa provocando escalofríos y alimentando una de las leyendas más persistentes de Salamanca. Como muchas historias populares, ésta no tiene una sola versión, sino varias que se han transformado con el tiempo, pero todas coinciden en una cosa: algo oscuro ocurrió ahí.

Las primeras referencias orales sobre el Callejón del Diablo surgen entre los habitantes de principios del siglo XX. Salamanca era entonces una ciudad más pequeña, con calles poco iluminadas, muros de adobe y una actividad nocturna prácticamente inexistente. En ese escenario, los callejones eran lugares propicios para encuentros indeseados y para relatos que buscaban explicar lo inexplicable.

Vecinos de antaño decían que ese callejón estaba “mal puesto”, que desde siempre se sentía un ambiente pesado al atravesarlo. Otros afirmaban que las sombras parecían moverse por sí solas, incluso cuando no había viento ni gente alrededor. Fue así como comenzó a crecer el rumor de que ahí habitaba algo más que oscuridad.

La versión más conocida afirma que un hombre, desesperado por la pobreza, recurrió a un pacto maligno para obtener riquezas rápidas. La historia cuenta que el individuo acudió al callejón a la medianoche, invocó al diablo y selló un trato a cambio de su alma.

A partir de ese día, su fortuna cambió. Algunos aseguran que se le vio con ropas nuevas, gastando dinero como nunca antes. Pero todo terminó cuando, tras varios días de “buena suerte”, vecinos escucharon gritos desgarradores en el callejón. Cuando fueron a ver qué ocurría, sólo encontraron su sombrero y unas marcas profundas en la pared… como si unas garras lo hubieran arrastrado.

Desde entonces, la gente juraba que, en ciertas noches, se escuchaban los lamentos del hombre que nunca regresó.

Otra variación habla de un jinete vestido completamente de negro, montado en un caballo igual de oscuro y con ojos rojos como brazas. Testigos de la época decían que el jinete aparecía justo a la medianoche, avanzaba por el callejón a paso lento y desaparecía al final del pasaje sin dejar huella, como si se desvaneciera en el aire.

Algunos creían que se trataba de un espíritu penitente; otros, que era el mismísimo demonio paseándose para recordar su presencia. Lo único en común entre quienes afirmaban haberlo visto era el terror, pues ninguno quería volver a cruzarse con él.

Un relato menos conocido pero igual de inquietante habla de una mujer vestida de blanco que caminaba por el callejón sin que sus pies tocaran el suelo. Se decía que su rostro no era visible, cubierto por un velo que jamás se movía.

Personas que vivían cerca aseguraban que después de verla, quedaban enfermas o sufrían accidentes extraños. Con el tiempo, la historia fue conectada con la figura de una mujer engañada que, según el mito, habría muerto en circunstancias trágicas cerca del mismo lugar.

Con el crecimiento urbano, el Callejón del Diablo perdió parte de su aspecto lúgubre. Sin embargo, su nombre se mantiene, y con él, el eco de un pasado en el que la gente evitaba pasar por ahí una vez que caía el sol.

Actualmente, es un punto de interés para quienes disfrutan del turismo de leyendas, y forma parte del imaginario cultural salmantino. Los vecinos más antiguos aún recomiendan “no cruzarlo solo de noche”, no por miedo al diablo, sino como un gesto de tradición, casi como si respetar la leyenda fuera una manera de mantener viva la historia de la ciudad.

Aunque no existe evidencia documental que confirme los sucesos narrados, el Callejón del Diablo sigue siendo una pieza importante del patrimonio oral de Salamanca. Como todas las leyendas, cumple una función, que es justo transmitir la identidad de un pueblo, recordar su pasado y agregar un toque de misterio al paisaje cotidiano.

Y mientras haya quien cuente la historia, el Callejón del Diablo seguirá siendo más que un simple pasadizo, será un recordatorio de los secretos que la ciudad guarda entre sus muros más antiguos.

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