Cada fin de semana, los músicos de Salamanca afinan sus instrumentos, cargan bocinas y se dirigen a salones de fiestas, comunidades rurales o eventos patronales.
Pero desde hace meses, el entusiasmo por tocar se ha mezclado con el temor de no regresa a sus casas, con relación a esto el sábado pasado, en el salón “Rincón de la Virgen” de la comunidad La Luz, en donde sujetos armados irrumpieron durante unos XV años y abrieron fuego en contra de un masculino dejándolo sin signos vitales.
La Banda Reyna de Salamanca, que amenizaba el evento, logró huir sin que sus integrantes resultaran heridos. Pero el ataque dejó una persona muerta y dos lesionadas.
Este miedo no es nuevo, pues cabe recordar que en junio, durante una fiesta patronal a San Juan en Irapuato, un grupo armado disparó contra los asistentes y mató a 12 personas. Entre las víctimas estaba «Paco», clarinetista de la Banda San Cristóbal.
Cada vez parece ser que es más peligroso ganarse la vida de la música, pues ya no basta con saber el repertorio o llegar puntual. Ahora también se preguntan si el lugar es seguro, si hay vigilancia o si hay rutas de escape por cualquier problema que pudiera surgir durante la presentación.
La música, que debería ser un símbolo de alegría, se ha convertido en una profesión de alto riesgo, y mientras el gobierno de Salamanca sale a regalar cilantro y jitomate o marchar por la paz, en lugar de generar nuevas estrategias e innovar para poder obtener mejores resultados en el tema de seguridad, los músicos siguen saliendo a trabajar, con el corazón en la garganta y la esperanza de volver a casa.


































