El neoliberalismo y medio ambiente
De entrada, conviene aclarar que la intención de estas líneas es ajena a una mínima pretensión lingüística, cosa además imposible por la formación académica del autor. Aclaración hecha, vayamos al tema.
A menudo escuchamos expresiones a las que pronto nos acostumbramos sin reparar en su más amplio significado o su origen, aun cuando en ocasiones lo que representan implique afectaciones a nuestra salud, economía, seguridad y, en general, nuestra existencia. Tal es el caso de la palabra neoliberalismo.
Para algunos es una moda; para otros, una posición política; hay quienes la asocian a un sistema político-económico nuevo o a la fase actual del capitalismo; quizá cada grupo aprecie parcialmente alguna de las características de este fenómeno que, en opinión de otros, habría que explicarse en el contexto de la crisis estructural en la que se encuentra el sistema capitalista.
Después de un relativamente corto período de auge posterior a la Segunda Guerra Mundial, en el que en muchos países los trabajadores consolidaron algunas conquistas laborales y sociales previas y alcanzaron otros logros, sin que ello significara dejar de ser objetos de explotación; período en el cual, además, el Estado adquirió un importante papel en el control de las organizaciones de trabajadores y en el proceso económico, siempre en favor del capital, situación que aunada a los niveles de ocupación que demandaron la reconstrucción de lo destruido por la guerra recién concluida (originada por otra crisis económica) y los conflictos bélicos posteriores de diferente extensión e intensidad, fueron factores que contribuyeron, no sin contradicciones, a mantener atractivos niveles de ganancia para el capital y a crear ambientes favorables para su reproducción.
Sin embargo, desde fines de la década de los sesenta, o principios de la de los setenta del pasado siglo, el sistema capitalista enfrenta una crisis que no solamente afecta el proceso económico sino prácticamente todos los campos de la actividad humana. Y como lo que más duele y preocupa a los dueños del capital es la caída de su tasa de ganancia, pronto encontraron la manera de recuperarla para paliar la crisis.
Esa recuperación se sustentó en generar todo tipo de facilidades al capital privado mediante una serie de políticas que significaron una mayor explotación de los trabajadores, la privatización de bienes y servicios públicos y de las riquezas naturales; la vía para ello fue la imposición de una serie de reformas (las denominaron estructurales) que aplicaron las clases dominantes en nuestros países, aliadas al gran capital. El efecto de esas medidas, resumidas en un documento llamado Consenso de Washington, representó, para los pueblos donde fue impuesto, un grave retroceso en aspectos laborales, sociales, políticos, culturales, económicos y ambientales; y aunque este último aspecto de alguna manera engloba a los demás, la afectación al medio natural ha sido en esta etapa particularmente agresiva y devastadora (cambio climático, contaminación del aire, agua y suelos), situación que agudiza los impactos en los otros medios componentes del ambiente.
Esas medidas han generado más y mayores problemas a los pueblos. Y aunque algunos países las han rechazado, no podemos considerar que fracasaron ya que el gran capital se ha
fortalecido y busca más territorios y actividades que le reditúen ganancias en proporciones atractivas; ello, con la complicidad de las clases dominantes.
No obstante el dominio y el carácter hegemónico del capitalismo en la actualidad, también, al mismo tiempo, ha exacerbado las contradicciones propias de ese sistema y genera, como respuesta, la organización y lucha de cada vez más amplios sectores del pueblo en torno a objetivos y demandas que aun siendo específicas o muy particulares, al identificar las causas de sus problemas poco a poco se irán articulando para convertirse en una lucha más amplia e integral que desembocará en los cambios necesarios para construir una patria justa, libre, unida y soberana.