Curioso que a un compositor se le encargue una sinfonía (una obra para orquesta que consta de más de un movimiento) sobre una batalla histórica de aires triunfales como la que sostuvo México contra el ejército francés el 5 de mayo de 1862, y en toda la partitura no se evoque un solo balazo.
Sobre todo porque el choque campal dibujó un poderoso paisaje sonoro. Esa mañana, la paz del aire poblano se reventó con un cañonazo en seco. Eran las 11:15 cuando aquel trueno, lanzado desde el Fuerte de Guadalupe, en el norte de la ciudad, dio inicio a la contienda, seguido de un denso repiquetear de campanas.
Nada de eso se deja oír en La luz de mayo, la obra que hace cinco años le comisionó el gobierno poblano a Sergio Berlioz para conmemorar 150 años de la batalla en la que México venció a los invasores franceses que pretendían, bajo la orden de Napoleón III, extender sus dominios en el continente.
“Me llamaba la atención que en Estados Unidos los mexicanos festejaran esa fecha aún más que la del inicio de la Independencia, porque si bien México ganó esa batalla, no ganó la guerra. La verdad, me parecía que era una celebración hueca, porque al año siguiente sobrevino la invasión”, recuerda Berlioz, en referencia a la segunda intervención francesa, que mantuvo su ocupación hasta 1867.
“Al investigar encontré algo fundamental, formidable: ese fue el único día en que todos los Estados desunidos Mexicanos se unieron contra un enemigo común”, destaca el compositor.
TRIUNFO SIN ESPERANZA
La noche del 4 de mayo de 1862 lucía más oscura que ninguna otra para el general Ignacio Zaragoza, quien a punto de enfrentar al ejército más poderoso del mundo se reunió con sus lugartenientes. La consigna: combatir con todas sus fuerzas para morir con dignidad, recuerda José Emilio Pacheco en su Inventario 208 (Excélsior, 27 de octubre 1980).
“Hoy vais a pelear por un objeto sagrado; vais a pelear por la patria y yo me prometo que en la presente jornada conquistaréis un día de eterno renombre. Soldados: leo en vuestras frentes la victoria… fe… y… ¡Viva la independencia nacional! ¡Viva México!”, clamó Zaragoza con voz vibrante, según narra Miguel Galindo y Galindo en el tomo segundo (de tres) de La gran década nacional 1857-1867.
Parecía no había esperanza para la victoria. Zaragoza iba a combatir ante más de 5 mil soldados de un ejército que llevaba medio siglo sin perder una batalla, con una legión de hombres medio mal comidos, mal adiestrados y armados apenas con los mismos fusiles viejos que –irónicamente- habían servido en la última derrota francesa, en Waterloo, y que –narra Pacheco- habían sido revendidos en calidad de chatarra por un traficante.
En 1862 México era un montón de escombros; las ruinas que dejó la Guerra de Reforma (1858-61). Era fácil presa de las ambiciones de Bonaparte.
El general Charles Ferdinand Latrille, jefe de las tropas imperiales, esperaba ser recibido “con una lluvia de rosas” más que de balas, y contó con el apoyo de contingentes mexicanos de convicciones conservadoras, entre ellos el hijo de Morelos, Juan Nepomuceno Almonte. Zaragoza recibió huestes de distintos puntos del país para reforzar un ejército maltrecho y parchado con elementos de leva que carecían de entrenamiento alguno.
Aquella mañana, cuando los franceses atravesaron en columna el horizonte angelopolitano desde el oriente, Zaragoza defendió la ciudad con divisiones provenientes de Oaxaca, del Estado de México y San Luis Potosí, y un elemento decisivo para la victoria: los indios zacapoaxtlas y la caballería indígena oaxaqueña que fungieron como reservas.
“La fecha ha marcado un antes y un después en México por eso: porque ni la Revolución ni la Independencia reunieron las fuerzas de todos los estratos, incluso de los conservadores, contra un solo oponente”, comenta Berlioz, una de las voces que sostiene que ese día tomó forma la nación mexicana.
LA MÚSICA DE LA UNIÓN
Convencido de acentuar el carácter unificador que cobró la Batalla del 5 de mayo, la Quinta sinfonía de Sergio Berlioz no iba situarse en una beligerancia sonora de reminiscencias decimonónicas. “Lo que hice fue evocar el conflicto; el gran pulso del devenir del ser humano, que es lo que hace la Historia, y no las batallas y los cañonazos”, explica Berlioz.
Para construir su edificio musical, de cuatro movimientos, el autor partió de la primera carta que la pluma liberal de Víctor Hugo dirigió a los mexicanos para manifestar su apoyo, en un espíritu de concordia: “No es Francia la que os hace la guerra, sino el imperio”.
El primer movimiento de la sinfonía, El corazón de Juárez, retrata con sonoridades oscuras y guiños indigenistas al presidente que recibe la noticia de la invasión a su país. El segundo, Carta desde el corazón de Europa, exalta la voz de Víctor Hugo en la brillantez de un tenor; el tercero refleja el nerviosismo previo a la batalla, al citar la Marcha de los degüellos: “una melodía que desde los tiempos del General Santa Anna hasta los del Porfiriato, en el campo de batalla mandaba la consigna de pelear sin dejar sobrevivientes”, explica el músico.
El cuarto, ¡Álzate oh patria! clama con euforia el tránsito hacia la luz, con la potencia de un coro que entona el final de la Oda al 5 de mayo, de Guillermo Prieto, y cierra con una frase del general vencedor, tomada de una arenga que escribió en el cuartel de Chalchicomula, el 14 de abril de 1862: “Los libres no conocen rivales”.
A juicio de Berlioz, la batalla del 5 de mayo se ganó por cuatro razones: “Por la prepotencia del general francés, que no se esperó la descarga del ejército mexicano; por el genio que era Zaragoza como estratega; por un arrojo inaudito del pueblo mexicano y, finalmente, por un hecho fortuito: la lluvia que se desató a las 5 de la tarde”.
La tercera carga del ejército francés llegó bajo un torrente de agua que mojó la pólvora. Entonces entraron al quite los que no tenían fusil: los indios de Oaxaca y Veracruz. Y ganó el machete.
“La batalla del 5 de mayo es absolutamente presente. Porque pareciera que México necesita un enemigo externo para unir a los mexicanos, cuando en realidad el enemigo es el propio mexicano; lo vemos hoy más que nunca”, dice Berlioz.
Con información de El Financiero