Última llamada
Por: Alfonso Díaz Rey A Greta Thunberg
Un reclamo recorre el mundo. En tiempos en que prácticamente todo, seres humanos y naturaleza, se han convertido en mercancía y tienen asignado un precio en términos monetarios; millones de adolescentes en todo el planeta levantan la voz y emprenden acciones para exigir respeto a su derecho a la vida.
Las advertencias que desde hace más de medio siglo la comunidad científica internacional reiteradamente hace sobre las consecuencias de la irracional manera en que, de modo predominante, la sociedad produce los bienes y servicios necesarios ─y superfluos─ para su existencia han sido ignoradas, así como las propuestas para evitarlas o mitigarlas a niveles que la naturaleza tenga la capacidad de neutralizarlas.
Ese modo de producir, que privilegia la ganancia a costa de quién y de lo que sea, favorece la concentración de la riqueza en una parte mínima de la población que genera desigualdad, inequidad y pobreza en amplios segmentos de la sociedad y su polarización, es el principal responsable del deterioro ambiental, que alcanza niveles críticos y actualmente representa el más grave peligro para la humanidad y gran parte de la vida en nuestro planeta.
Son los jóvenes quienes han tomado conciencia de que los niños y adolescentes no solamente verán cancelado su futuro sino su presente, debido a la falta de voluntad política de los gobernantes para actuar en favor de la vida, por servir a otros intereses, y a la incapacidad o desinterés de muchos adultos.
Casi todas las acciones, medidas y acuerdos internacionales que se implementan para intentar solucionar los problemas relacionados con el medioambiente encuentran obstáculos en poderosos intereses económicos o, lo que es peor, su concepción parte de consideraciones que los favorece, razón por la que están destinados al fracaso, tal es el caso de los bonos de carbono.
Aun cuando la atención se centre más en el cambio climático, la crisis ambiental es más amplia y comprende, por citar algunos, aspectos como la contaminación del aire, suelos y agua; la acidificación de los océanos, la desertificación de zonas que anteriormente fueron selvas o bosques tropicales; el agotamiento de fuentes de agua para consumo humano; la extinción de muchas formas de vida animal y vegetal; por lo que el problema es mucho más complejo de lo que pudiera pensarse.
Como humanidad enfrentamos, al mismo tiempo que una severa crisis ambiental, a un sistema económico y político depredador del ser humano y la naturaleza, generador de graves contradicciones y crisis en los diferentes campos del quehacer humano, por lo que es necesario conocerlo lo suficiente para percatarnos que la solución a la crisis ambiental, como a todas las que como humanidad padecemos, está en la transformación de la sociedad actual en sostenible, justa, inclusiva, equitativa, igualitaria y solidaria.
De continuar el ritmo de deterioro de nuestro planeta en aspectos que aceleran el cambio climático quedarían, según la comunidad científica, alrededor de diez años para alcanzar condiciones que sería imposible revertir o mitigar eficazmente, lo que agravaría sus efectos en frecuencia, amplitud y magnitud. Y como no tenemos aún la capacidad ni la posibilidad de mudarnos de planeta, las consecuencias las pagaremos todos.
Por ello, lo que a todas luces urge es enfrentar la crisis ambiental de manera seria y colectiva. Los gobiernos, ya se vio, en su mayoría son incapaces de solucionar el problema porque forman parte del sistema que lo genera y solo ven por sus intereses de control y poder; por lo que la sociedad desempeñará un papel fundamental. Sin su participación consciente, organizada y decidida muy poco se podrá avanzar y quizá, como especie, estemos ante la última llamada.
Y en esta lucha, los jóvenes serán los principales protagonistas.
