Por: Alfonso Díaz Rey
Estos son tiempos de reflexión y seria autocrítica. Y no porque las cuarentenas, el mantenimiento de la «sana distancia» y otras medidas de aislamiento, por demás necesarias, nos permitan disponer de mayor tiempo que el habitual, sino porque en esta época que vivimos sería una gran irresponsabilidad continuar con un modo de vida que atenta contra nosotros mismos como especie, y contra la naturaleza, de manera general.
Nuestro planeta, un nanoscópico, o seguramente menor, un punto en el universo, en el que surgió y evolucionó la maravilla de la vida, como probablemente en otros lugares de la vastedad cósmica, se encuentra en una situación en la que por la acción de quienes erróneamente nos consideramos en la cúspide de esa evolución, demos «al traste» con todo. Tal es el peligro que entraña la crisis civilizatoria que padece la humanidad.
La actual crisis sanitaria, ligada a la económica, deja al desnudo la incapacidad del modo de producir nuestra existencia y las relaciones de todo tipo que derivan de esto.
Cuando la obtención de ganancias y la acumulación de riqueza es el centro de la actividad en la sociedad y el «yo» se superpone al «nosotros», el futuro, históricamente demostrado, es altamente conflictivo y de devastación material, económica, social, cultural, ambiental, moral, etc.
Muestra de ello son las crisis, las guerras, el colonialismo y el neocolonialismo, el racismo, el esclavismo, los conflictos por posesión y control de territorios y riquezas naturales, la agresividad de los poderosos contra quienes piensan diferente.
El resultado: el subdesarrollo de inmensas regiones y pueblos; la dependencia estructural; la explotación irracional de pueblos y la naturaleza; la abismal desigualdad, el hambre, la pobreza y miseria en buena parte de la humanidad; el despojo y, en fin, un injusto e inequitativo orden internacional.
Los costos de las crisis y las consecuencias que acarrean los pagamos quienes conformamos ese 99% de excluidos, los que no formamos parte del minúsculo grupo que en el mundo ejerce el poder económico y político, incluidos sus fieles servidores.
Pues bien, ese 99% es el sector de la sociedad que en los actuales momentos tiene las mayores dificultades para sortear la crítica situación que se vive a escala planetaria; y serán, seguramente, quienes carguen con el mayor peso de la crisis, como ha ocurrido siempre.
Ello debiera llevarnos a un replanteamiento de la forma en que la sociedad actual se conduce y encontrar, o al menos buscar, una alternativa que signifique una vida digna para todos y, además, en armonía con todo lo que nos rodea.
Si consideramos que, como humanidad, en menos de ocho meses consumimos, y en no pocos casos desperdiciamos, lo que el planeta tarda un año en regenerar, y que ese tiempo cada vez se reduce más, veremos lo urgente y necesario de una transformación que armonice nuestra actividad con todo nuestro medioambiente.
La crisis sanitaria ocasionada por el Covid-19, que actuó como catalizador para estallar la crisis económica actual, al poner en un primer plano las miserias humanas que propicia el sistema socioeconómico vigente, nos ha mostrado que lo que mata no es tanto el virus, sino el sistema.
Un botón de muestra de lo anterior es la actitud del torpe energúmeno que cobra como presidente de Estados Unidos, y su manada de hienas, que para ocultar su desastrosa gestión de la crisis sanitaria en su país, y en un desesperado intento por lograr la reelección, se lanza contra otros países, débiles, por supuesto, con criminales medidas coercitivas, falsos argumentos y mentiras con las que los monopolios de la (des)información inundan y saturan a la «opinión pública», para justificar e imponer su hegemonía, controlar sus territorios y adueñarse de sus riquezas naturales.
De ahí que si, como en otras situaciones de crisis, continuamos sin comprender el funcionamiento del sistema y, peor aún, no obstante lo comprendamos no actuamos en consecuencia, estaremos preparando el camino para una nueva y más grave crisis.
La insostenibilidad del modo en que producimos para mantener nuestra existencia es evidente, como lo es el peligro que se avizora si como humanidad no somos capaces de un cambio radical, que transforme tanto la estructura como la superestructura de la sociedad actual para, a su vez, iniciar la construcción de un mundo mejor, que además de ser posible, ahora, más que nunca, es necesario.
Salamanca, Gto., 19 de abril de 2020.
AHORA SI QUIEREN COMENTARIOS LLENOS DE POMPOSIDAD MIENTRAS LOS GOBIERNOS Y SECTAS FUERON DESCUBIERTOS INFECTANDO LA ATMOSFERA CON COVID 19. COMO DIJO LA GENTE DE OBRADOR «CADA QUIEN SU CULO».