
La madrugada del 19 de mayo, la comunidad de San Bartolo de Berrios, en el municipio de San Felipe, Guanajuato, fue escenario de una brutal masacre que cobró la vida de siete jóvenes, entre ellos menores de edad.
Según los primeros reportes, varias camionetas con cristales polarizados irrumpieron en la plaza principal, donde los jóvenes convivían tras una celebración religiosa. Sin mediar palabra, los atacantes abrieron fuego, dejando cerca de 100 casquillos esparcidos en el suelo. La escena de horror impactó a los primeros policías en llegar: cuerpos tendidos en la banqueta y el jardín, rastros de sangre y un silencio abrumador.
Horas después, narcomantas presuntamente firmadas por un grupo criminal aparecieron en distintos puntos del municipio, adjudicándose la masacre y lanzando amenazas. Las víctimas fueron identificadas como jóvenes de la comunidad, entre ellos los hermanos Tapia, hijos del delegado local, y Miguel Juárez, integrante de la comunidad LGBTQ+.
El crimen desató indignación y protestas, mientras vecinos colocaban veladoras y cruces de cal en el sitio del ataque. La tragedia dejó una marca imborrable en San Felipe, generando un profundo llamado a la justicia y a la seguridad en la región.