Por: Eber Sosa Beltrán/ Psicólogo
Maestro en psicoterapia clínica.
Las personas sobrevivientes de un suceso traumático que ha puesto en riesgo su integridad y su vida enfrentan importantes efectos psicológicos que eventualmente pueden desencadenar trastornos mentales.
La seguridad y confianza fracturadas por hechos violentos conducen a un estado de despersonalización y desamparo en el cual las personas nos percibimos particularmente vulnerables, temerosas, con serias dificultades para evaluar un riesgo objetivo, donde la percepción del peligro se hace difusa y generalizada. La realidad alterada es una experiencia fantasmagórica en la que asaltan imágenes e ideas de manera atropellada haciendo imposible la realización de las tareas diarias.
Esta repercusión negativa que afecta el pensamiento y el afecto se manifiesta en un estado de estrés constante e hipervigilancia, a menudo acompañado de crisis de ansiedad y pánico, sumergiendo luego a las víctimas en un estado de letargo y estupor, poniendo en juego todos los recursos personales disponibles que permitan una regulación adaptativa, exacerbando en muchas ocasiones conductas adictivas y autodestructivas.
El aislamiento que experimentan las personas que sobreviven a un trauma es un inevitable ensimismamiento que conduce lenta y progresivamente a la autoaniquilación. Esta realidad subjetiva tiene un impacto significativo en la trama social, por ello es importante decir que una sociedad traumatizada enfrenta ante si su propia destrucción, sus soportes básicos languidecen hacia formas de terrorismo mediático en donde la supremacía del miedo somete las voluntades a un totalitarismo radical. La ruptura de los soportes sociales crea ilusiones distorsionadas de lealtad condicionada.
Esta dinámica se percibe de manera implícita o explícita en las relaciones familiares y comunitarias, en la forma en la que se organizan la sociedad y el Estado. Es la libertad de unos a costa de la opresión de otros. Una situación que vulnera el ejercicio de los Derechos Humanos y condiciona la vida democrática. Cuando la vida depende de otro no existe la otredad, esa posibilidad personal y colectiva de coexistencia.