Por: Eber Sosa Beltrán
Psicólogo con maestría en psicoterapia clínica.
La vida posmoderna se caracteriza por un desmantelamiento de criterios absolutos para entender la realidad, una concepción de la verdad desde una condición relativa, un meta discurso que describe el entorno a partir de diferentes posiciones cuya relación es complementaria, antagónica o paradójica.
Esta perspectiva concibe al sujeto desde una dimensión interpretativa múltiple, que permite concebir la existencia desde la complejidad, una mirada reflexiva sobre el sí mismo y sobre lo que sucede alrededor que nos libera de nuestras ataduras para enfrentarnos a la incertidumbre.
Es en este escenario dónde se pone en juego la acción del sujeto, cuyas certezas son metáforas, como la idea del desarrollo, que proyecta una mirada esperanzadora para la humanidad, un futuro al cuál dedicamos nuestros sacrificios, un ideal que a la vez se experimenta con un pavoroso temor apocalíptico.
Una angustia que se refugia en la nostalgia de lo ya vivido, la añoranza de lo que un día fue, que a la vez oculta su propia ambivalencia que se refugia en la distorsión de una historia romántica y finalmente el presente y su imperialismo sensorial, condicionado siempre al poder adquisitivo, esa atadura que configura los cautiverios de la posmodernidad, el cuerpo atrapado en su imagen, en su ambición desmedida, en su soledad carente de vínculos, en la muerte transfigurada y enaltecida cuyos refugios ilusorios se recrean bajo la consigna de hacer tu propia voluntad.
Particularmente en la adolescencia esta condición representa un estado de particular vulnerabilidad cuando se buscan referentes que reafirman la propia identidad, que desplazan la propia dependencia del grupo primario a la de aquellos ideales que muchas veces esconden su precariedad, la confianza ciega puede ser letal, su mortífero veneno es capaz de aniquilar aquello que una vez concebimos como un ser o un espíritu.
Es apremiante repensar narrativas con el potencial de desarticular las posiciones de opresión vigentes, que originen posibilidades corporales intersubjetivas que podamos habitar y que puedan disolver las situaciones problemáticas más acuciantes.