Pospandemia
Por: Alfonso Díaz Rey
La situación es muy grave. No hay credibilidad en la afirmación de que el virus se propagó deliberadamente… En general, esta crisis y la amenaza de una catástrofe medioambiental, son otros ejemplos importantes del fracaso del mercado.
(Noam Chomsky – marzo 2020)
Es evidente que la presente crisis sanitaria ocasionada por la dispersión global del SARS CoV-2 ha inducido a la reflexión a muchas personas, e incluso a grupos sociales y políticos, acerca de la manera en que la sociedad se ha comportado para producir y reproducir los medios necesarios para su existencia.
Además, esta crisis sanitaria se insertó y, en cierta manera, entró en sinergia con la crisis económica cuyos síntomas reaparecieron hace un par de años, lo que potenció los efectos de esta, a la vez que, nuevamente, mostró las carencias, limitaciones y miserias del sistema político, económico y social imperante: el capitalismo, en su versión neoliberal.
Las consecuencias que ha traído la pandemia que azota actualmente al mundo dan cuenta de la devastación que ha ocasionado este sistema en la sociedad, la economía, la cultura, la naturaleza y, en fin, en todos los aspectos de la vida, cuando en aras de la ganancia privada, individual, todo se subordina a ese objetivo.
Se ha llegado al extremo de privatizar la guerra. No solamente en el aspecto de hacer negocio y lucrar con la producción de armamento, sino de conformar, con mercenarios, verdaderos ejércitos privados que, contratos de por medio, sirven a gobiernos y a grupos que puedan comprar sus «servicios», hacen la guerra y llevan la violencia, la destrucción, el terror y la muerte a territorios que necesitan controlar, ya sea por sus recursos naturales o su valor geoestratégico. A ese extremo se ha llegado por dinero y por ejercer y demostrar el poder.
Pues bien, un mundo en el que el dinero y el poder son lo único que importa, está de sobra decirlo, llevará a la extinción de muchas especies vivientes, entre ellas la que equivocadamente se considera en la cúspide: la humana.
Un virus, que ni siquiera es un ser vivo, ha venido a trastocar una «normalidad» en la que la creación de la riqueza, fruto del trabajo humano, es de carácter social, y la apropiación de esa riqueza es de carácter privado, condición causante de la desigualdad, inequidad e injusticia que imperan en el mundo, tanto a nivel interno como internacional.
A esa normalidad, en la que se han gestado los graves problemas del mundo actual, a lo sumo maquillada con algunas reformas gatopardianas, quieren que regresemos después de controlada la pandemia.
No olvidemos que el reformismo es el recurso al que han acudido tradicionalmente los sectores dominantes para confundir y engañar a los pueblos y mantener la explotación del trabajo, los mecanismos de reproducción del sistema y, con ello, su dominio y privilegios.
Si el capitalismo es la causa raíz de los problemas más acuciantes que padece la humanidad, lo más sensato sería la búsqueda de otro tipo de organización social, política y económica con la que se pudieran superar y erradicar. Volver a lo mismo significaría repetir errores, con consecuencias cada vez más graves.
Una nueva normalidad implicaría, entre otras cosas, recuperar la soberanía nacional y popular; racionalidad en la producción (producir para cubrir necesidades e impulsar el desarrollo integral y sostenible de los habitantes de esta nación, no para generar ganancias privadas); erradicar toda forma de discriminación, opresión y violencia; dignificar el trabajo y a los trabajadores; distribución equitativa y utilización social de la riqueza generada y los recursos de la nación; una nueva relación con el medioambiente; hacer efectivos los derechos a la salud, educación, cultura, trabajo, vivienda y ocio, así como los establecidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, con atención especial en lo referente a la niñez, las mujeres y los pueblos originarios; retorno de áreas estratégicas y prioritarias de la economía a propiedad de la nación; impulsar el respeto a la autodeterminación de los pueblos y la solidaridad y cooperación interna e internacional.
La oportunidad que abre la presente crisis no debe ser para hacer negocios, sino de transformación del modo de producción y reproducción de nuestra existencia que, por su irracionalidad y anormalidad, es incompatible con la vida misma en sus más variadas formas.
Tal transformación no será obra de una persona, grupo o partido político. Para que sea viable deberá ser colectiva, con la más amplia participación consciente, libre y democrática. Requiere de unidad, organización, decisión y, sobre todo, plena conciencia.
Se trata de construir un mejor mundo, en el que se globalice la solidaridad y la cooperación, la fraternidad, la armonía, la dignidad, la justicia, la igualdad, la equidad, la libertad, la solidaridad, el amor y la felicidad. Ello, si nos lo proponemos, será posible.
Salamanca, Guanajuato, 31 de mayo de 2020.