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B i ó s f e r a ( Kuxtal / Yolistli )

Por: Alfonso Díaz Rey

El ambiente social

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Para cualquier persona con un mínimo de capacidad de observación resulta obvio que el ambiente social en el país ha experimentado impactos adversos que afectan a la mayoría de la población y que inciden negativamente en la calidad de vida de los mexicanos.

La inseguridad y la violencia, la creciente desigualdad, la pobreza y miseria que aquejan a más de la mitad de nuestra población, la insultante corrupción en esferas públicas y privadas, entre otros males, todo ello en un contexto de ausencia de democracia, produjeron efectos sinérgicos cuyos impactos alcanzan a la totalidad de la sociedad.

Esta situación no es nueva, podríamos decir que es una característica del sistema político, económico y social dominante en México; sin embargo, y debido a las grandes y graves contradicciones que ese sistema genera, desde hace poco más de treinta años los problemas del país experimentan una progresiva agudización cuyos efectos y costos recaen en el pueblo trabajador y, de alguna manera y con diferente intensidad, en toda la sociedad.

Actualmente los problemas de todo tipo que padece el país han alcanzado niveles que los convierten en insolubles. Y como el objetivo y motor de la clase y el sistema dominantes es la ganancia, en su incapacidad e incompetencia para resolverlos, han optado por medidas que en primera instancia buscan el incremento de esa ganancia para asegurar la permanencia del sistema y de su poder como clase.

Esas medidas se han aplicado por “recomendaciones” de organismos como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, quienes concentran gran parte del poder financiero en el mundo, lo que ha resultado en políticas económicas, laborales y sociales contrarias al desarrollo del país y al bienestar del pueblo.

A ese conjunto de medidas la clase en el poder les asignó el nombre de “reformas”, con las que, según ellos, el país se modernizaría y alcanzaría grados de desarrollo que lo acercarían al primer mundo. Un ejemplo de los efectos de esas reformas lo podemos ver, referido a salarios mínimos, en un párrafo del Reporte de Investigación 123. México: más miseria y precarización del trabajo, del Centro de Análisis Multidisciplinario de la UNAM:

Para el 16 de diciembre de 1987 un trabajador debía trabajar 4 horas y 53 minutos para adquirir todos los productos que componen la CAR (Canasta Alimentaria Recomendable) en tanto que, para el 25 de abril de 2016, el mismo trabajador necesitó trabajar 23 horas y 22 minutos para comprar la CAR, es decir, en un intervalo de 29 años se cuadruplicó el tiempo que se requería para comprar una CAR, registrándose un incremento del 412%.

Y así como el empleo y el salario se han deteriorado, ha sucedido lo mismo con el sistema de salud, la educación, la seguridad, la justicia y, en general, todos aquellos aspectos que deben impulsar el desarrollo de una sociedad para que sus miembros aspiren a una vida digna, lo que se refleja en un ambiente social tenso, propicio al surgimiento de conflictos generados por la imposición de las medidas que han conducido a tal situación.

Para mantener el control la clase dominante cuenta con instituciones, reglas, medios y un aparato de propaganda mediante el cual nos impone su visión del mundo y la realidad y de esa manera, en una primera instancia, con la formación de una masa acrítica, manipulable y fácilmente moldeable, busca el aislamiento y desorganización de los diferentes estratos populares y, en una segunda instancia, cuando surja algún descontento, dirimirlo en un campo donde sus ideas son las dominantes y la solución no implique afectación alguna para ella.

Cuando algún sector de la sociedad cuestiona las bases del sistema, la clase dominante nunca ha dudado en echar mano de la represión. Ejemplos hay muchos en nuestra historia reciente y actualmente el rechazo a la mal llamada reforma educativa por parte de los trabajadores de la educación muestra la incapacidad, incompetencia e intolerancia de la clase en el poder, a través de sus sirvientes en el gobierno, para resolver problemas y contradicciones creados por su afán de conservar sus privilegios y su dominio.

Y los trabajadores de la educación, dado su permanente contacto con el pueblo, la niñez, la juventud y la realidad del país, son en gran medida responsables de la formación de una conciencia crítica que molesta a la clase en el poder y uno de los mayores obstáculos para ejercer el control y dominio sobre el pueblo.

Por ello la lucha que libran los trabajadores de la educación, que además de defender la educación pública gratuita y de calidad defienden sus derechos laborales y sociales, debe contar con la más amplia solidaridad de todos los trabajadores y debemos dejar de verla como una lucha aislada de algunos inconformes.

La clase dominante se ha unido para imponernos las reformas que desde hace más de treinta años nos conducen cada vez más cerca del borde del abismo. En imposible pensar que no somos capaces de unirnos para caminar en sentido contrario y buscar una vía que signifique la recuperación de la soberanía popular y el logro de nuestra definitiva independencia.

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