EL CASO DEL “HUEVO DESAPARECIDO” vino a mi porque un alumno llegó muy compungido, pues una chica le había hecho un comentario desagradable al darse cuenta de un defecto de nacimiento del susodicho: le faltaba un testículo.
Lo que me sorprendió es que el joven ya tenía 27 años y como nadie antes le había demostrado ningún rechazo era como si jamás se hubiera dado cuenta de su condición: emocionalmente nunca lo había visto ni, mucho menos, aceptado.
El conocerse a uno mismo es de las cosas más difíciles que hay: muchos andamos por la vida sin hacer contacto con nuestro cuerpo, mucho menos con nuestras emociones.
Por ejemplo, hay personas que caminan y en su imaginación son modelos de belleza o –por el contrario- terriblemente feas. Sin embargo, el espejo no justifica tales pensamientos.
Hay seres que se consideran muy respetuosos, espirituales o justos…y la verdad es que, la mayor parte de las veces, son todo lo contrario.
Vivimos en un sueño del que no cualquiera despierta, somos tres en uno: el que pensamos que somos, el que los demás piensan que somos y el que realmente somos.
En la medida en que nos damos cuenta de la realidad, obtenemos libertad, podemos aceptarnos y los comentarios adversos se diluyen con facilidad.
Platicando con el estudiante, indagando a la manera de Sherlock Holmes, descubrimos que –hablando metafóricamente- el e huevo no había desaparecido…¡nunca estuvo allí!