El cambio va
Por: Alfonso Díaz Rey
La sucesión de los desajustes climáticos causados por el calentamiento global y sus adversos efectos sobre territorios y poblaciones, muestran que los acuerdos que a nivel internacional se toman y los esfuerzos que se realizan para mitigarlos son insuficientes.
El consumo irrefrenable de combustibles fósiles aumenta las emisiones de dióxido de carbono (CO2), gas que por la cantidad que se libera a la atmósfera constituye la causa principal del calentamiento global y del cambio climático.
Si bien es cierto que en la producción de sus medios de subsistencia los seres humanos llevan a cabo actividades que producen emisiones de CO2, también existen otras formas de liberación de ese gas por fuentes naturales.
Cuando se produce para satisfacer necesidades reales, no inducidas, los procesos productivos operan con ciertos niveles de racionalidad y, por consecuencia, provocan menores daños al ambiente, los que pueden ser de alguna manera mitigados o neutralizados por medios humanos o por la propia naturaleza.
Cuando se produce para obtener ganancias, pero suele ocurrir que siempre se busca la máxima, mediante la publicidad se crean «necesidades» y se induce al consumismo; en este caso la irracionalidad se hace presente en la sociedad y los procesos productivos, y el ambiente sufre las consecuencias.
Con la revolución industrial ocurrida hace siglo y medio el capitalismo se afianzó como sistema de producción, pero al mismo tiempo se agudizó la desigualdad a nivel de países y regiones en el mundo, aumentaron los conflictos por el control de territorios ricos en materias primas y productos necesarios para los países industrializados y se profundizó el saqueo de los países más pobres y débiles. Y por consiguiente surgió y avanzó el subdesarrollo.
El origen de la mayor parte de las guerras, incluidas las dos mundiales, y de los conflictos actuales, ha sido, y es, el control y saqueo de las riquezas de otros pueblos por los más fuertes. Ese saqueo financió el desarrollo de muchos de los países del llamado primer mundo.
Mientras exista un orden internacional e interno como el actual en el que la desigualdad avanza, se imponen los designios de los económicamente poderosos y la ganancia es el objetivo de toda actividad, difícilmente se podrán controlar o mitigar los daños a la naturaleza y el peligro que ello representa para la vida en su más amplia acepción.
Prueba de lo anterior son los insuficientes avances en materia de control del calentamiento global y el cambio climático, cuyos efectos no discriminan condiciones económicas, políticas, religiosas, ideológicas o de otro tipo; con la diferencia de que los que más tienen podrán sobrevivir unos días más.
Por ello es necesario tomar conciencia de la necesidad de emprender acciones del más variado tipo que contribuyan a frenar y, ¿por qué no?, a revertir la catástrofe que nos amenaza; estas, si se dan en forma colectiva ya sea a nivel local, regional, nacional o internacional, pueden favorecer la creación de condiciones compatibles con la naturaleza y con la vida.
Ello implicará, necesariamente, una lucha contra el orden actual, lucha que en la medida que se dé consciente y organizadamente tendrá la posibilidad de lograr la victoria para la humanidad entera.
La disyuntiva es luchar o esperar a que la catástrofe anunciada nos alcance.