Palabras MÁS…PALABRAS Menos

Por: Iván Juárez Popoca Guerrero.

¿POR QUÉ NO CREER EN SANTA CLAUS? Viéndolo bien vivimos en un sueño y la mayor parte de la realidad no es la realidad, sino el producto de nuestra imaginación. Los psicoanalistas tienen claro que somos tres en uno: lo que creemos que somos, lo que los demás piensan que somos y lo que realmente somos. Así también, percibimos muchas cosas de acuerdo a lo que nos han enseñado desde bebés o en base a nuestras aspiraciones y a nuestros miedos.

Todo es imaginación: y allí tenemos a millones de personas adorando imágenes, creyendo historias que no tienen la más mínima comprobación y creando seres ficticios a los que, sin embargo, les adjudicamos poderes de todo tipo. Así han surgido rituales y grupos de toda clase, que generalmente son utilizados por los líderes para sacar provecho. Muchas religiones, de hecho, no son más que el producto de la tremenda imaginación del hombre. Muchos acusan a Santa de ser un vil negocio, pero…¿acaso no lo son la mayoría de las religiones?

El amor, también tiene una buena dosis de imaginación. Esa persona con la que convivimos es muy diferente a la que pensamos y hasta creemos conocer. Sin embargo, sí ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos, no es extraño que no percibamos a la otra persona como es verdaderamente, sino como deseamos que sea. Esto es especialmente cierto en el amor romántico: ese que nos llena de energía, que hace que las endorfinas circulen a toda velocidad, que nos brinda sueños hermosos y que un día se desvanece como un espejismo del desierto.

¿Acaso no es imaginario que con cambiar el poder político se vaya a cambiar rápidamente a la sociedad, que la inseguridad vaya a desaparecer y que las mayorías vayan a rendirle culto a la honestidad? Muchos tratan la figura de López Obrador, como sí se tratara de un mago, un semidios…o un Santa, pues.

La verdad es mucho más compleja y menos esperanzadora, pero es bueno ser optimista y un ideal que habría que seguir, brindarle acción y no solamente adoración.

Creo pues, que algunas figuras imaginarias como las del viejo barbado pueden resultar positivas; ciertamente se trata de una tradición anglosajona y es curioso ver trineos donde casi nunca hay nieve, pero por otra parte, el símbolo universal de amor al prójimo y especialmente amor a los niños, es linda. Y, al menos, Santa no ha provocado ninguna guerra ni promueve los siete pecados capitales (aunque haya fanáticos ignorantes que lo quieren acusar de ser un diablillo.)

Así pues, me he reconciliado con Santa Claus, he dejado de ser un Grinch y les deseo a todos los lectores de “El Salmantino” una feliz Navidad, que Santa les traiga muchos regalos y que el próximo año sea de lucha y éxitos.

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