Por: Eber Sosa Beltrán
Maestro en Psicoterapia Clínica
Los conflictos humanos son inevitables pero estos no necesariamente son un peligro para nuestra existencia; en ocasiones diferencias irreconciliables y posturas antagónicas que se enfrentan en un escenario de permanente tensión ponen en juego nuestras funciones psicológicas y sociales, permitiendo el reconocimiento de múltiples significados y perspectivas posibles que requieren consensos y acuerdos de paz.
La posibilidad de establecer pactos y convenios es una tarea permanente y en constante transformación. En ocasiones una de las partes involucradas mantiene una postura inflexible y absoluta que lleva a la otra a colocarse en una posición contraria, condescendiente, complementaria o subordinada cuya interacción es susceptible de transformación cuando se presentan ciertos momentos críticos que develan fisuras en el orden simbólico y su condición interpretativa.
Esta complejidad demanda la necesidad de la intermediación, es decir la presencia de una figura intérprete que busque un problema común y también un beneficio común que conciba el conflicto como una oportunidad única para la conciliación. Implica a la vez el reconocimiento de las repercusiones inscritas en el devenir de cada persona, nos demanda necesariamente una comprensión profunda del otro y sus circunstancias, una reconfiguración del espacio iintersubjetivo del diálogo y el encuentro.
Si cambiamos la visión que tenemos acerca del conflicto, si vemos el sufrimiento como un problema mutuo, y las necesidades humanas como una tarea común, tendremos ante nuestra labor como ciudadanos un importante desafío que involucre también nuestro ser más personal.