Por: Eber Sosa Beltrán. Psicólogo y activista social Interesado en el género, el medio ambiente y los derechos humanos.
Para lograr la meta de un desarrollo sostenible, la humanidad tiene ante sí, el reto de transformar la vida cotidiana. Aquellas actividades que realizamos cada día tienen un impacto significativo en nuestro entorno social y en los ecosistemas. Hemos aprendido a lo largo de la historia que la manera de existir es dominar el mundo y controlar las fuerzas de la naturaleza es el origen de toda civilización. Esta idea de dominio ha prevalecido en muchas culturas en diferente tiempo, ha motivado guerras y conquistas, ha conducido a exterminios y aniquilado pueblos, ha condenado la debilidad y alabado el triunfo y especialmente a través del cuerpo de los hombres ha ejercido la fuerza productiva, primero con su esclavitud y después con su complicidad. Ahora a ningún hombre que trabaja parece incomodarle el injusto valor que recibe por su labor que a menudo se limita al pago de un salario a cambio de un trato inhumano, así es el trabajo se dice, es una obligación, es una manera de hacerse responsable, es una manera de distinguirse como hombre, ser capaz de mantener a una familia, de cubrir sus necesidades, de obtener placeres y lujos. Es también nuestra habilidad y nuestro conocimiento al servicio de la civilización, un sacrificio necesario para mantener un orden de dominación. De manera casi imperceptible, nos hemos sometido a un valor supremo que define toda nuestra existencia, y es el valor económico de nuestro trabajo, el que crea la ilusión de que con éste podemos comprar seguridad, libertad, respeto, salud, felicidad y amor. Sin pensarlo, condicionamos el ejercicio de nuestros derechos y el de las demás personas al estatus que han adquirido gracias a su capacidad adquisitiva. Pero pensar el desarrollo sostenible representa otra cosa, nos lo ha dicho Helio Gallardo, filósofo latinoamericano al escribir que habitar la tierra humanamente, es considerar que nuestro trabajo no debe causar un daño irreversible a la naturaleza ni tampoco dañar a los demás, y esto sólo puede ser posible reconociendo la humanidad de cada persona y la responsabilidad que compartimos aún en nuestras diferencias. El trabajo digno no es sólo aquel que se paga mejor, sino en el que se reconoce su valor humano y su beneficio común, puede ser una forma de altruismo que de manera desinteresada hace una labor generosa y que se enriquece en la experiencia misma de cuidar, proteger y amar.
El trabajo transforma el mundo que nos rodea y también transforma nuestra vida y la manera en la que nos relacionamos, el aprecio que tenemos por nuestro esfuerzo, y posiblemente también el aprecio que damos al esfuerzo de los demás. Es quizá por éstas razones que se reconoce al trabajo como un derecho humano.