
Por: Eber Sosa Beltrán
Psicólogo con maestría en Psicoterapia Clínica
En los últimos días, un zumbido de protesta de jóvenes estudiantes ha atravesado las fronteras de lo inimaginable.
Un sentido de combatiente urgencia dirigía sus voluntades en movimiento acompasado, con armoniosa sincronía, como era de esperarse del ser vivo más importante del planeta.
Saben bien, que la fuerza de un enjambre es la unión, su lucha ha sido decisiva y ejemplar. Su expresión magnífica logra consolidar a su paso un proceso democrático que convoca a defender la dignidad, esa experiencia que da fuerza a la voz, que la vuelve a la vez firme, contundente, llena de esperanza y alegre.
En las calles del movimiento estudiantil se respiraba un aire valiente y apacible, las abejas se conducían con una sólida tarea en sus manos, el ejercicio vital de sus derechos, esos mismos que fueron vulnerados, de tantas maneras, en tantas ocasiones, en tantos cuerpos e historias prolongadas en el infinito, en violencias normalizadas y noticias tergiversadas que ignorantes de la verdad, se retorcían escuálidas ocultando su complicidad.
A través de sus voces fuimos testigos de verdades históricas difíciles de ocultar, verdades que al escucharlas resuenan en la intimidad del espíritu, que no requieren pruebas ni procesos de averiguaciones previas revictimizantes, verdades profundas que son ciegas a los ojos de la justicia, pero cuyo clamor de indignación se nos revela con asombrosa claridad, de tal forma que es imposible no dar cuenta de las tantas mentiras a través de las cuales defienden sus opositores un honor vacío. Las palabras así dichas, así escritas y las acciones que las acompañan son una contradicción, que se debate entre prevalecer un privilegio y aceptar una derrota.
Tal vez pueda decirse que al ser los vencedores, los dueños de la verdad y la historia; estos se esfuerzan en contarse a sí mismos una historia incompleta, que no hable de fracasos o errores, una visión inmaculada y cruel que mira con suspicacia y teme hasta de su propia sombra, tal vez nuestras abejas sólo tratan de enseñarles la importancia de esa fisura, de hacerles ver que esa carga, de lo que hay que asumir, en realidad podría ser no solamente su penitencia sino el camino hacia su exoneración.