Por: Eber Sosa Beltrán
Maestro en Psicoterapia Clínica,
Activista social interesado en el género, el medio ambiente y los derechos humanos.
El espacio íntimo de las relaciones es el ejemplo por excelencia del encuentro intersubjetivo. Un lugar que se posibilita desde una especial disposición al diálogo, una posición de respeto y un trato digno. Implica postergar las propias aspiraciones, las que a veces se experimentan como mandatos familiares, sociales, religiosos, económicos y hasta políticos, que condicionan muchas veces el deseo, lo anulan o lo explotan, volviéndolo una vivencia enajenante.
Pero si se es consciente de este permanente obstáculo, si en lugar de ello se escucha desde la cancelación de todo juicio, mostrando un interés auténtico para dar lo mejor de sí, mirándose a los ojos y reconociendo que todo lo que sucede en ese instante es presencia. Una realidad evidente que transita en la intimidad es que nos coloca en una atmósfera particular, la de las confesiones y las revelaciones, la corporeidad también se hace íntima a través de un contacto leve o profundo, que puede en breves instantes tocar el espíritu, es una búsqueda constante que atiende a un permanente descubrimiento, lo asombroso del momento es su interés mutuo, nuestro ser se revela a veces inclusive por encima de nuestras contradicciones, ser diferentes pero iguales crea un sentido de mismidad, preguntándonos si somos más allá de nuestras circunstancias o a partir de ellas. Existe una historia con nuestro nombre, que habla de nuestras vicisitudes, bellas o terribles, ingeniosas o absurdas, excepcionales o intrascendentes… sus delicados guiones crean las realidades que habitamos, las conversaciones privadas y también las públicas, en ocasiones obligándonos a repetirlas para poder comprenderlas y tal vez algún día liberarnos de ellas, porque la palabra invita a la liberación, es capaz de sanar una herida y crear ocasiones donde se vive en un sentido profundo la igualdad de la humanidad.