Por: Eber Sosa Beltrán
Licenciado en Psicología Clínica por la Universidad de Guanajuato con Maestría en Psicoterapia Clínica.
Activista social interesado en el género, el medio ambiente y los derechos humanos.
Un cambio de paradigma es necesario para el logro de una transformación de nuestro deseo incesante por mantener el control, esa ilusión prefabricada de una temporalidad lineal que añora un pasado, se debate en un presente y anhela un futuro, un ejemplo de ésta transición se puede identificar en el concepto obsoleto de proyecto de vida al cual dedicamos nuestra energía vital a una perspectiva que imita la función evolutiva pero que desconoce sus leyes, si tomamos como ejemplo el asombroso equilibrio ecológico de una selva que requiere no sólo la especialización de sus especies sino su interacción, colaboración y equilibrio podemos ver que nuestro endeble proyecto civilizatorio contemporáneo es autoaniquilante, Vicente Verdú hace una interesante travesía hacia este deseo incolmable y esa búsqueda incesante de ser único, una noción de individualismo cada vez más específico y original, que permite la creación de objetos únicos, momentos únicos y personas únicas, es también un marcaje de género y de clase que entre otras múltiples distinciones proyecta una imagen moderna de inclusión y diversidad.
Ahora la idea de tolerar las diferencias es más exitosa que la idea de comprenderlas, pues el esfuerzo que representa tolerar es más sencillo y más rápido que el esfuerzo de comprender. La propuesta de la diversidad padece un problema común, aquella circunstancia raquítica de su liberación envasada, etiquetada y comercializada como un objeto de intercambio. Este problema común en el cual como sujetos podemos ser consumidores u objetos de consumo poco tiene que ver con la dimensión múltiple de la diversidad humana, este problema del ser se manifiesta aún en nuestro espacio más íntimo, el de la sexualidad pues éste anhelo de ser mejor y tener lo mejor es una ruina constante.
Sin duda la experiencia de amor es mucho menos deslumbrante, su humildad intrínseca se despoja del afán de ser y poseer. Pero esta clase de amor no es muy popular ni es contada en muchas historias. Por otro lado el dolor de la pérdida es un hueco que ensanchamos cada día para no darle su justa dimensión, si su dimensión sólo fuera lo que es, al propio cosmos no le quedaría más que compadecerse de nuestra propia ambición. Pero pensar en otra medida de nuestra vida y nuestra muerte sería desafiar soportes establecidos y visiones enraizadas muchas de ellas encalladas en la visión expansionista de Occidente, su clamor interminable de conquista aún cimbra nuestras raíces y nos cuenta un relato transfigurado que nos vende como propio, es una trampa silenciosa en la que sin darnos cuenta terminamos siendo la idea que compramos aniquilando nuestras propias ideas.
Dicen que somos así, a la imagen de lo que otros miran, somos a la manera en la que somos mirados, somos a la manera de nuestra propia mirada, por eso un cambio de paradigma necesario tiene que ver con el ser y con la idea de tener que lo acompaña, una vez más la selva en su maravillosa existencia susurra que su ser es el conjunto de múltiples seres, diferenciados y relacionados entre si, que cambian de acuerdo a sus interacciones, a los ciclos y al ambiente que les rodea y si, también estos seres se extinguen.
