Por: Alfonso Díaz Rey
Las crisis económicas recurrentes, cíclicas, son consustanciales al capitalismo. En ellas se dirimen las contradicciones que el sistema genera y agudiza, fundamentalmente las que se dan entre el capital y el trabajo, como polos antagónicos.
La «solución» a ellas ha dependido de la correlación de fuerzas, hasta ahora siempre favorable al capital; las acciones y medidas que se toman han favorecido siempre a la parte de la confrontación capital-trabajo que es la generadora de las contradicciones más fuertes del sistema, razón por la cual, generalmente, no bien se sale de una crisis cuando se hacen presentes los signos que anuncian la próxima.
La formación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, surgida de la Revolución de Octubre, en 1917, agregó una contradicción más, que aparte de incidir en el terreno económico, tenía presencia en los campos filosófico, teórico e ideológico. Ello, en parte, significó el ascenso y triunfo de importantes luchas de liberación contra el colonialismo, sobre todo en Asia y África.
Sin embargo, parecía que el capitalismo encontraba siempre la manera de sortearlas, cargando su costo a los trabajadores, hasta que en la década de los sesenta del pasado siglo se dio un salto de calidad en la crisis: se transformó en estructural y de muy larga permanencia; es decir, no solamente se agudizaron las contradicciones en el terreno económico, sino en lo social, político, cultural, ambiental y en prácticamente todos los aspectos de la vida.
Esa nueva fase de la crisis capitalista, que pareciera resolverse con la restitución, siempre parcial y con tendencia a caer nuevamente, de la tasa de ganancia, llevó a la aplicación de una doctrina que durante un tiempo se mantuvo agazapada, hasta que llegó el momento inminente de su puesta en ejecución: el neoliberalismo.
La desaparición de la Unión Soviética y el campo socialista del este de Europa hizo que los apologistas del capital proclamaran su triunfo y declararan el fin de la historia y al capitalismo como el único sistema viable para la humanidad.
El neoliberalismo reveló el verdadero rostro del capitalismo, la voracidad del capital en su máxima expresión, particularmente del capital financiero. El despojo, la especulación, la explotación, la desigualdad, la injusticia y la depredación a la naturaleza, transformaron la crisis estructural en civilizatoria, cuya principal característica es el peligro que representa para la vida en este planeta.
Esta crisis civilizatoria ha estado presente, y cada vez más aguda, desde ya hace más de cuatro décadas y sus impactos económicos continúan golpeando a los pueblos del mundo; su manifestación económica más reciente, previa a la actual, la burbuja inmobiliaria (2008), que se «resolvió» con el rescate a grandes bancos, financieras, aseguradoras y a los magnates que las controlan y dirigen, que son una minúscula parte de ese 1% que concentra y detenta el poder económico en el mundo. Sus impactos sobre la naturaleza se dejan sentir en todo el planeta, con mayor afectación a los pueblos del tercer mundo.
Pues bien, la actual crisis que, para fortuna del sistema y su manejo ideológico, detonó con ayuda del Covid-19, es expresión de las contradicciones exacerbadas por el neoliberalismo. Los graves efectos de la pandemia por el coronavirus son en buena medida el resultado de la privatización desmedida de los sistemas públicos de salud, los retrocesos en aspectos de seguridad social, la precarización del empleo y los salarios, el incremento de la pobreza, la miseria y la desigualdad, entre otras cosas; todo ello en un contexto de desequilibrios medioambientales que dan origen a condiciones propicias para la aparición o mutación de virus y agentes patógenos, los que por la ausencia de medicamentos para su prevención, control o erradicación, se propagan rápida y peligrosamente.
La pandemia por el coronavirus es una realidad. Estamos padeciendo sus efectos. La crisis económica es otra realidad y estamos a merced de ella. Si ambas se enfrentan desde la óptica capitalista, se privilegiará la economía y el mercado (y a quienes los controlan), lo que elevará la factura que este nuevo virus está cobrando a los pueblos y entraremos a una nueva fase de generación de condiciones para una nueva manifestación de la crisis.
En toda crisis salen a flote las miserias humanas que el capitalismo incuba y alimenta. Lo vemos en la criminal especulación con artículos de primera necesidad, en la aún más criminal mercantilización de medicamentos, servicios médicos y de salud, la acentuación del individualismo y la xenofobia. Todo con el afán de obtener una mayor ganancia.
La solución a la crisis civilizatoria dependerá de la construcción consciente y colectiva de un nuevo tipo de relaciones sociales, económicas, políticas, culturales y de otra clase, pero sobre todo de la relación del ser humano con el medioambiente. Relaciones que tengan como eje la preservación de la vida en todas sus manifestaciones, que nos conduzcan a vivir en armonía con nosotros mismos y con la naturaleza, a vivir en un mundo mejor.
Lo anterior será posible si ese nuevo mundo lo construimos desde abajo. Con ser conscientes de su necesidad habremos dado el primer paso en un camino en el que solamente la solidaridad, entre los individuos y entre los pueblos, hará realidad la ilusión de que un mundo mejor es posible.
Salamanca, Guanajuato, 05 de abril de 2020.