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El imperio en su decadencia Por Alfonso Díaz Rey «Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada , las...

El imperio en su decadencia
Por Alfonso Díaz Rey
«Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada […], las armas del juicio, que vencen a las otras…».
José Martí (Nuestra América)

La caída del muro de Berlín y la desaparición de la antigua Unión Soviética marcaron el fin de lo que se llamó el socialismo real, no así de los ideales por un mundo mejor.

La «derrota del comunismo» generó tal euforia entre los sectores más conservadores que surgieron personajes que se atrevieron a decretar el «fin de la historia» y la eterna preponderancia del capitalismo como el único sistema económico, político y social en el que puede vivir la humanidad.

Sin embargo, después de la desaparición del comunismo (que nunca se alcanzó), el principal enemigo del «mundo libre», la guerra ha sido una constante, ya sea por control de territorios o por despojo y explotación de riquezas naturales necesarias para tratar de mitigar la insaciable sed de ganancia de una minoría que, como parásitos, viven a expensas de la explotación, empobrecimiento y destrucción de pueblos y territorios.

Quienes se creen los amos del mundo, el imperialismo norteamericano y los gobiernos comparsas, se sienten con el derecho a decidir el destino de otros pueblos, a subordinarlos a sus intereses económicos y políticos y a intervenir e interferir de variadas formas para someter a aquellos que se aparten de su control y dominio.
Cuando un país y su pueblo deciden emprender un camino opuesto a los intereses del imperio, de inmediato surgen descalificaciones, presiones y acciones cuyo objetivo es crear dificultades y daños a la población para provocar descontento contra sus dirigentes. Los aliados internos de los imperialistas sueles ser sectores de la oligarquía, la alta burguesía y el proletariado, al que utilizan como «carne de cañón».

Dadas las dificultades que enfrenta el imperialismo norteamericano, originadas por la crisis del sistema capitalista, sus fracasos por intervenciones militares en Oriente Medio y otras regiones del mundo y la competencia industrial y comercial de China, India y otros países, parece que ha decidido reactivar la Doctrina Monroe y replegarse a lo que consideran su patio trasero, los países al sur del río Bravo y el área del Caribe, territorios que, por su destino manifiesto, les asignó «[…] la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino…». [1]

Para ubicarse y tomar posesión de las riquezas, bienes de otros territorios y explotar a sus pueblos, utilizan a gobiernos sumisos y serviles; y cuando estos no se alinean a sus intereses, ocurren las intervenciones de todo tipo para realinearlos.

En Nuestra América, un país codiciado desde siempre por el imperio es la República Bolivariana de Venezuela, la que desde 1999, año en que asumió la presidencia de la república Hugo Chávez Frías, emprendió un proceso de recuperación de sus recursos y su soberanía.

Venezuela posee las mayores reservas de petróleo y muy importantes de oro, diamantes y coltán, selva, además de agua en abundancia, lo que la convierte en un territorio codiciado por el imperio y sus aliados europeos.

Esos recursos estratégicos son la causa fundamental del acoso y el bloqueo comercial y financiero que, con el apoyo de un puñado de apátridas, busca desestabilizar a ese país y someterlo al control del capital financiero y los monopolios norteamericanos.

El imperialismo – el capitalismo en su fase más agresiva y peligrosa – es incapaz de sostenerse con lo que producen internamente y del intercambio entre los países hegemónicos del sistema capitalista; subsiste mediante el despojo de riquezas y recursos a los países subdesarrollados, la explotación de todos los trabajadores, incluidos los de países desarrollados, y la destrucción de la naturaleza.

Esa avidez y necesidad de despojo y destrucción muestra la inviabilidad histórica de un sistema económico, político y social que ha sido causante de dos guerras mundiales y un sinnúmero de conflictos bélicos en los que, invariablemente, están presentes los intereses del capital financiero internacional; en otras palabras, la guerra es consustancial a ese sistema.

Y el hecho de tener que destruir para subsistir es señal de decadencia, no de debilidad, lo que lo hace más peligroso.

La soberanía es un obstáculo para los intereses del capital financiero y los monopolios; por ello satanizan, intentan desestabilizar y someter a los países y pueblos que deciden ser dueños de su presente y futuro.

Utilizan todo tipo de mentiras para reforzar su guerra ideológica contra los pueblos del mundo y como la mayoría y los más poderosos medios de comunicación les pertenecen, en muchas ocasiones han conseguido su objetivo.

Sin embargo, disfrazadas muchas veces de «ayuda humanitaria», como el resultado de sus intervenciones ha sido la destrucción, la muerte y la miseria en los países intervenidos, los pueblos del mundo son cada vez más reacios a la propaganda y a los designios del imperio.

Venezuela, que ha cometido el delito y el pecado de insumisión al imperio, vive momentos delicados y peligrosos por el golpe de estado en proceso, cínicamente orquestado y apoyado por el gobierno de Estados Unidos y secundado por varios países de la Unión Europea y un grupo de gobiernos de este continente que son siervos del capital financiero y los monopolios yanquis.

Sin ánimo de exagerar podemos decir que, hoy, se juega en Venezuela el futuro de Nuestra América. Está en juego la soberanía, dignidad y futuro de nuestros pueblos; por esa razón, lo que sucede en el hermano país sudamericano no debe ser ajeno a quienes se nieguen a vivir en la ignominia y mantengan una pizca de decoro y vergüenza.

Como decía Martí en Nuestra América: «[…] ¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes».

[1].- La expresión Destino Manifiesto fue usada por primera vez en julio de 1845, por el periodista John L. O´Sullivan, en la revista Democratic Review de Nueva York, para justificar la expansión de Estados Unidos hacia el oeste y hacia el sur (invasión y despojo de territorio a México).

 

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