Por: Eber Sosa Beltrán. Psicólogo y activista social interesado en el género, el medio ambiente y los derechos humanos.
Ciertas experiencias en la vida de las mujeres permanecen durante muchos años enterradas en el silencio. Un sufrimiento oculto en el quehacer de la vida cotidiana, en los planes de otros, en el olvido de sí misma. Una constante renuncia y entrega sin tiempo ni tregua que se pierde en el mar de la postergación. Es una glorificación al sacrificio y a la abnegación que oculta el velo del sometimiento. Un amor imposible, siempre mal correspondido que conduce a la tristeza y a la espera infinita. Atrapadas en tales historias hay mujeres durmiendo, sumergidas en sus propias incertidumbres hasta que descubren a veces por sí mismas el lado oscuro de la habitación. Las mentiras que compraban todas las mañanas sólo por tener algo que hacer. La penumbra proyecta sus sombras al atardecer y los ojos se les llenan de pavor. Es cuando su inquietud clama venganza y las agita de sus camas poniendo entre sus almohadas toda clase de alimañas, algunas de son pensamientos ponzoñosos que producen insomnio y las arrojan a buscar en los cajones y en las fotos de los pasillos. Salen corriendo a la calle con el alma desnuda a mitad de la noche con las cosas que pudieron guardar en su bolso, una especie de júbilo y una persecución atroz. Van por una calle desierta a mitad de la noche a un lugar lejos, a donde sea con tal de no regresar a su prisión. Quienes lo han sobrevivido lo saben, lo adivinas en sus miradas de complicidad que les dan indicaciones en clave para que viajen seguras y les refugian para que no se sientan solas. Una de ellas la más joven, una niña sabia que se encontró en una florería con una sonrisa inolvidable con quien intercambió unas cortas frases para luego seguir a través de su andar prófugo. Decidida a esperar la llegada del amanecer se percataba de lo liviano de su andar. Caminó hacia la plaza principal y allí estaban todas recibiéndola con los brazos abiertos como si de viejas conocidas se tratara, y se rió regocijada por ese hermoso encuentro. Ella prefirió hablar de todo lo sucedido después, cuando podía contarlo todo con más detalle y luego olvidarlo porque así es como decidió hacerlo, ella confía que tiene amigas que son muy buenas historiadoras.