Por: Eber Sosa Beltrán
Licenciado en Psicología Clínica por la Universidad de Guanajuato con maestría en Psicoterapia Clínica
Activista social interesado en el género, medio ambiente y derechos humanos.
El dilema de la identidad si es que pudiera decirse, es perceptible en los contrastes de elecciones trascendentales acerca del ser. Cada etapa de la vida se enmarca en una experiencia subjetiva que interpreta de manera única y particular un mandato social, una forma del ser impuesta en la cotidianidad de la existencia, una normalización que designa el correcto actuar de cada uno, de acuerdo a los referentes construidos de la identidad, entre los cuáles se diferencian los cuerpos, de acuerdo a la sincronía del sexo, la estratificación de clase, la rúbrica del origen, las insignias de la religión, la ideología política, las condiciones particulares, capacidades y temperamentos, reconfiguran el sentido de identidad propio y de pertenencia a un grupo. Nuestro grupo primario es la célula elemental de nuestra experiencia pero ciertamente no es la única, dentro de ella se permean las complejas redes sociales que conforman nuestra convivencia en un proceso interrelacionado. ¿Porqué razón habrá familias que mantienen esquemas rígidos en sus procesos formativos? Estos se encuentran reflejados en hábitos rutinarios a veces no visibles que surgen al momento en el que un individuo no se ajusta al esquema esperado, esa persona que vive ajena a su propio entorno, que vive un síntoma particular o tiene una existencia en constante debate, que emerge y desordena los códigos establecidos, es aquella que vive en carne propia la disputa de la identidad, aquella que busca sobrevivir a su propio ahogo, que roza las fronteras de lo permitido y que es acusada, negada, temida u olvidada, quizá es recortada para que su figura camuflajeada pase desapercibida. La perspectiva de Judith Butler persiste en considerar que una característica de la identidad de género es su fragilidad, es por ello que resulta importante representar sus límites y delinear sus formas, es ésta la misma razón por la que cualquier tipo de transgresión sea percibida como amenazante, al grado de producir un odio y desprecio profundo hacia las diferencias, a las cuales se le atribuyen el origen de todos los males, discurso necesario para justificar su aniquilación, una forma aceptada de destruir que se esconde a través del engaño de hacer un bien, una corrección moral de la postura, una fingida protección que atribuye a las identidades prófugas una necesidad de guía, en donde se teme su instinto salvaje y su supuesta naturaleza maligna con razones de sobra, es así que el pobre padece su propia desgracia, el abyecto huye, el culpable confiesa, todos sacrifican sus entornos como los bosques consumidos en incendios. Existe un sentido de urgencia para esta ave que agoniza, su canto hermoso clama en la espesura.