Por: Eber Sosa Beltrán. Psicólogo y activista social interesado en el género, el medio ambiente y los derechos humanos.
Los sentidos humanos son por excelencia el principio de toda experiencia; nuestros órganos están habilitados para una interacción con los estímulos del entorno que permiten percibir imágenes, sonidos, sensaciones, olores y sabores que distinguen todo lo que nos rodea; el cuerpo, también posibilita una percepción de nuestro estado físico; el hambre, la sed, la temperatura corporal o el dolor son algunos ejemplos . Poseemos una memoria sensorial que vuelve comprensibles los estímulos de medio y el contacto humano tiene una función intermediaria, es decir que aunque nacemos con un diseño que a lo largo del proceso evolutivo se ha vuelto altamente especializado, no podríamos imaginar nuestra condición humana sin su dimensión social. Este elemento tiene una cualidad adaptativa sobresaliente, presente también en muchos seres vivos, en los que observamos que también configuran interacciones complejas entre sus miembros y su medio, también son altamente especializadas y únicas, pero a diferencia de éstas, la interacción humana es a la vez simbólica. El lenguaje como un sistema creador de símbolos y significados crea una representación de la realidad, y podríamos decir que en nuestra sociedad contemporánea crea una realidad, o más bien múltiples realidades, historias que se perciben como realidades porque tienen una conección íntima con el cuerpo. El cuerpo entonces pasa de ser un espacio físico, a ser un cuerpo social y un cuerpo simbólico, es también un cuerpo político que se sostiene en un discurso sobre sus posibilidades y sus límites. Finalmente es posible pensar en un cuerpo virtual que tiene una interacción en el ciberespacio y una conectividad global, que puede inclusive cambiar de forma y ser atemporal. Transitar a través de ésta complejidad permite hacer una reflexión acerca del concepto controversial del contacto humano, el cuál necesita una reconfiguración política y ética lo suficientemente sensible y desafiante del orden social establecido para tocar el espíritu de la fugacidad del encuentro, que reconozca la multiplicidad de significados inscritos en la experiencia individual y colectiva; esto en un momento crucial en el que la supremacía de la imagen pareciera substituir las otras formas de comunicación posibles, donde imperan las apariencias y los sentidos se enfrentan a una intermitencia de sucesiva integración y fragmentación; el contacto físico por ejemplo tan prohibido y deseado a la vez, tan imposible a veces de vivirse como un espacio de confianza, soporte o cariño; pareciera que la nueva regla fuera su evitación y su interpretación casi generalizada de sobreerotización y violencia. La extensa geografía de la piel tiene sus zonas públicas y sus zonas íntimas todas amenazadas y en actitud perspicaz, pero la duda es la antesala del diálogo esa curiosa experiencia de comunicación cuerpo a cuerpo que define posiciones y que quizá tenga el necesario potencial de transformar realidades.