Por: Manuel De la Torre Rivera
Vivan en armonía los unos con los otros. No sean arrogantes, sino háganse solidarios con los humildes.No se crean los únicos que saben.
Carta del apóstol Pablo a los Romanos 12:16.
El jefe de la Organización de las Naciones Unidas, AntónioGuterres, calificó de hito desgarrador el umbral rebasado hace unas semanas: “2 millones de fallecidos a causa del Covid-19, un número detrás del cual, dijo, hay nombres y rostros: la sonrisa que ahora sólo es un recuerdo, el asiento siempre vacío en la mesa de la cena, la habitación que resuena con el silencio de un ser querido. Este panorama resulta incluso más sombrío si se considera que pasaron nueve meses para que la pandemia se cobrara un millón de vidas, pero apenas transcurrió la tercera parte de ese tiempo para alcanzar el segundo millón, una aceleración de las muertes que está lejos de amainar, pese al arranque de la vacunación.”
Cuando reflexionamos en la fragilidad que ha demostrado la especie humana ante el avance de la pandemia, concluimos que es mucho lo que tenemos que aprender de esta dolorosa experiencia que ha dejado evidente que la principal lacra de la sociedad contemporánea es la existencia de la injusticia social que priva en el reparto desigual de la riqueza que es generada por toda la humanidad, pero es repartida privilegiando mayoritariamente a unos cuantos multimillonarios que son propietarios también de las empresas farmacéuticas que más se han visto beneficiadas económicamente por la pandemia, en contraste con miles de millones de pobres que no tienen acceso a los servicios de salud.
La injusticia que describimos en los párrafos anteriores, no tiene ninguna razón ética, moral o económica para prevalecer, cuando admitimos que llegue el avance científico del desarrollo de vacunas preferentemente a los países ricos, ante un alud de consecuencias dolorosas provocados en los sectores más desfavorecidos de la sociedad, por citar algunos: la emigración masiva de hombres, mujeres y niños, desde los países pobres de Latinoamérica y África, hacia los países ricos de Norteamérica y Europa buscando seguridad y empleo y en no pocos casos, buscando la satisfacción de su hambre; así como la existencia de multitudes de seres humanos de los países pobres pero también de los países ricos, que viven en la calle sin trabajo ni techo, sectores que ya han llamado la atención del Papa Francisco en sus encíclicas: Laudato si’ y Fratelli tutti (El medio ambiente y el desarrollo sostenible – Sobre la fraternidad y la amistad social).
El injusto sistema socioeconómico dominante, ha hecho posible que uno de los logros colectivos más importantes de la especie humana, como es el dominio del fuego, la utilización de la rueda, el desarrollo del lenguaje, el dominio del cultivo de la tierra y la domesticación de animales, entre muchos otros desarrollos comunitarios, hasta la astronomía, la escritura, la imprenta, la física, la química, la biología y la medicina; con la llegada del capitalismo, en base a la propiedad privada y el lucro, los modernos desarrollos colectivos para atención de la salud se han privatizado y puesto al servicio del gran capital, como ya se señaló en el segundo párrafo.
«El mundo está al borde de un fracaso moral catastrófico, y el precio de este fracaso se pagará con las vidas y el sustento de los países más pobres», alertó hace unos días Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Adhanom se refería a que considera injusto que gente sana y joven en naciones ricas acceda a la vacuna antes que grupos vulnerables en países más pobres.”
Salamanca,