Cada año, las familias de Salamanca se sumergen en la tradición del altar de muertos, un ritual que se convierte en un emotivo homenaje a sus seres queridos que han partido. Desde finales de octubre y el inicio de noviembre, los hogares se transforman en espacios sagrados donde la memoria y el amor se entrelazan.
Aunque la mayoría de los salmantinos instala sus altares en la intimidad de sus casas, hay quienes eligen mostrar su devoción en espacios abiertos. Un ejemplo de esto son los dos altares ubicados en la calle Río Lerma, entre López Rayón y Paseo Río Lerma, en el centro de la ciudad. Este lugar se ha convertido en un punto de encuentro para vecinos y transeúntes, quienes se detienen a admirar estas ofrendas.
Por la tarde, el ambiente mejora y los altares, iluminados por velas, atraen a quienes pasan por allí, invitándolos a detenerse y rendir homenaje a las almas de quienes han partido. Muchos vecinos se quedan observando, disfrutando de la atmósfera que se crea en este espacio de la ciudad.
La tradición del altar de muertos tiene raíces profundas que se remontan a la época prehispánica, cuando las culturas de Mesoamérica ofrecían tributos a sus antepasados. Con el tiempo, estas prácticas se han fusionado con las creencias católicas, dando lugar a la celebración contemporánea que conocemos hoy.
En los altares, los salmantinos colocan una variedad de ofrendas: alimentos típicos, velas, flores y objetos personales de los difuntos. Cada elemento tiene un significado especial, diseñado para ayudar a las almas a encontrar su camino de regreso a casa, donde esperan reunirse con sus familiares que tanto las extrañan.
A través de esta tradición, los salmantinos no solo preservan su herencia cultural, sino que también mantienen viva la memoria de aquellos que han dejado este mundo. En cada altar se crea una historia de amor y recuerdo, un testimonio del vínculo que une a las familias, más allá de la vida y la muerte.