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Mi riqueza que no me toca Por: Alfonso Díaz Rey Cuando a través de los medios masivos de “información” nos enteramos de afectaciones al medioambiente causadas por algún proyecto,...

Mi riqueza que no me toca

Por: Alfonso Díaz Rey

Cuando a través de los medios masivos de “información” nos enteramos de afectaciones al medioambiente causadas por algún proyecto, tratan, generalmente, de impactos adversos al medio físico (medio natural, medio biótico y medio perceptual); poco se

trata de aspectos socioeconómicos y menos del cultural.

Y aunque en cualquier evaluación seria de impactos ambientales el medio físico tiene mayor ponderación que el socioeconómico y cultural, en este último se manifiestan de manera directa e indirecta los impactos al primero.

Esta forma de presentar la información no es casual. Aun tratándose de proyectos benéficos para el medio físico, dada la persistencia de la injusticia y la enorme desigualdad que existen en nuestra sociedad, los impactos al medio socioeconómico y cultural carecen de la magnitud e importancia que permitan un cambio sustancial en las condiciones de existencia de nuestro pueblo.

Y si existen acciones que en nuestra localidad, y en todo el país, generan impactos adversos al medio socioeconómico y cultural, además del medio físico, son las que se derivan del proyecto de país que ha diseñado el grupo que detenta el poder, proyecto que excluye a la inmensa mayoría de los mexicanos y solamente atiende a los intereses de ese pequeñísimo grupo y sus aliados extranjeros.

Debido a la situación que padece nuestro pueblo, sobre todo a partir de la implantación de la política neoliberal, para la gran mayoría de los mexicanos no existen oportunidades para esparcimiento, ocio y desarrollo cultural, por citar algunos, ya que deben ocupar gran parte de su tiempo en conseguir los medios para atender las necesidades materiales primarias, lo que les impide atender aquellas relacionadas con su desarrollo espiritual (no religioso).

Para comprobar lo que hemos planteado, basta con hacer un poco de memoria, remontarnos a épocas anteriores, recordar las promesas reiteradas e incumplidas de progreso y bienestar que desde siempre han hecho los políticos tradicionales y lo que ha sucedido después de todas las reformas y cambios que han efectuado en la Constitución y otras leyes hasta la actualidad;  y comparar las condiciones en que vivíamos con respecto al tiempo que debíamos trabajar para cubrir nuestras necesidades; en otras palabras, para cuánto alcanzaban nuestros salarios.

Ello no significa afirmar que todo tiempo pasado fue mejor, sino que demuestra cómo y cuánto nos ha afectado el proyecto de país de la clase dominante y lo desvinculados y desorganizados que estamos quienes no obstante ser la inmensa mayoría de los mexicanos, estamos subordinados a los designios de ese pequeño grupo que detenta el poder.

Tampoco significa que para remediar el actual estado de cosas debamos retornar a formas anteriores de organización social, porque con ello solamente regresaríamos a condiciones que precedieron a la actual, en el mismo contexto y la misma visión del mundo que nos condujeron a la situación actual y estaríamos condenados a repetir la tragedia que ha significado para nuestro pueblo los casi cinco lustros de gobiernos y políticas neoliberales que han asolado y desmantelado a nuestro país.

La solución no vendrá de quienes no se han cansado de lanzar promesas a diestra y siniestra ni de sus amos, la oligarquía. La solución se dará cuando nosotros, el pueblo, organizados y con la más amplia vinculación, nos decidamos a construir el México que procure para su pueblo un ambiente de justicia, igualdad, solidaridad y paz.

La tarea no será fácil, pero mientras más la aplacemos se tornará más difícil. Ese es nuestro reto como sociedad.

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Santa Fe, Ciudad de México

 

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