El Estado y los trabajadores
Por: Alfonso Díaz Rey
Los trabajadores han sido protagonistas fundamentales en importantes episodios de la historia de nuestro país, además de ser, con su esfuerzo manual e intelectual, los generadores de la riqueza material que sostiene la economía.
Sin embargo, en un sistema económico y político como en el que vivimos, no obstante ser los creadores de la riqueza, la cantidad y proporción que reciben en relación al valor del producto de su trabajo son mínimas; la mayor parte queda en manos de una minoría que además de concentrar el poder económico posee el político, situación que la convierte en la clase social dominante.
El dominio que esa clase ejerce sobre el resto de la sociedad, donde quienes trabajan para vivir conforman la mayoría, requiere del establecimiento de controles que impidan el cuestionamiento de tal situación. Para ello está el Estado.
El Estado, instrumento de la clase dominante para ejercer el poder en una sociedad, en nuestro país está en manos de quienes concentran el poder económico y político; por consiguiente, desde los diversos mecanismos del Estado se crean una serie de leyes, reglamentos y normas que paralelamente a la imposición de su modo de interpretar el mundo y la realidad, mantienen el control sobre la sociedad y la aceptación de que el orden imperante es el mejor posible.
Al mismo tiempo, el grupo en el poder perfecciona sus procedimientos de cooptación, en los que la corrupción juega un papel preponderante y, por si hubiera alguna falla o resistencia, también perfecciona y moderniza los mecanismos represivos del Estado.
En ese contexto «… el movimiento obrero fue conducido por sus dirigentes a la integración de un sindicalismo organizado, dócil y dependiente de la clase dominante, sobre todo en lo que se refiere a la supeditación respecto del Estado…» [1], lo que ha propiciado la pérdida de autonomía, supresión de conquistas laborales y la gran división y desvinculación que existe entre los trabajadores en el país; situación que tiene a casi la mitad de nuestra población viviendo en precarias condiciones.
Ese control y dominio sobre los trabajadores permitió que el Estado mexicano evitara durante casi 70 años la ratificación del Convenio 98 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), adoptado en 1949, que trata del derecho a la libre sindicalización y contratación colectiva, ratificación que se dio el pasado 20 de septiembre, en una Cámara de Senadores con mayoría del partido Morena y partidos aliados.
La renuencia a la ratificación y adopción de ese convenio de la OIT se debió a la prevalencia de intereses de prominentes empresarios sobre los de quienes crean la riqueza que aquellos acumulan y ostentan, aun cuando el país y la mayoría de la población atraviesen por momentos difíciles.
¿Significa la ratificación de tal convenio un cambio en la correlación entre dos fuerzas tan opuestas como el capital y el trabajo, de siempre ampliamente desfavorable a la segunda? ¿Acaso se vislumbra un cambio en cuanto al papel del Estado?
Cometeríamos un grave error político si por un infundado optimismo respondiéramos afirmativamente a esas dos interrogantes.
Recordemos que la clase dominante perdió una elección en la que intentaba colocar a uno de los dos candidatos que mejor representaban sus intereses, pero no perdió el poder.
Sin embargo, habrá que reconocer que el nuevo panorama político es diferente al que durante un buen tiempo le precedió. Seguramente aflorarán algunas contradicciones que en el caso de los trabajadores se podrán aprovechar para avanzar en la recuperación de la autonomía de sus organizaciones gremiales, la unidad y solidaridad, de las conquistas que les han despojado y, por qué no aspirar a ello, a lograr la total independencia y soberanía del país. Los trabajadores y el pueblo en general tienen la oportunidad histórica de alcanzar todo ello.
No olvidemos que la acumulación de pequeñas transformaciones puede dar lugar a grandes cambios de calidad.
Salamanca, Guanajuato, 31 de octubre de 2018
[1] Carrión V. Jorge. Sindicalismo charro, ideología y movimiento obrero. Estrategia. Revista de análisis político. México, núm. 26, marzo-abril 1980, p. 59.