Transformaciones
Alfonso Díaz Rey
En la década de los años 90 del siglo XX, se estableció a nivel nacional un marco jurídico y normativo ambiental amplio para empezar a revertir los ya evidentes daños ecológicos, sin embargo, a casi 25 años de estos eventos, el balance ambiental nacional ha empeorado y continúa siendo deficitario.
Desde la derrota de los candidatos de la oligarquía en las elecciones del 1 de julio del pasado año, uno de los temas que más se comentan es la «transformación» de nuestro país.
Si bien han ocurrido cambios importantes que apuntan en tal sentido, como la austeridad en el gobierno federal, el combate a la corrupción, cancelación de megaproyectos inviables ambientalmente, la recuperación de principios fundamentales en política exterior, la promoción a mayor participación de la sociedad, entre otros que se observan, ello es insuficiente como para considerar que estamos en plena transformación.
En nuestro país han ocurrido tres grandes transformaciones sociales, la Independencia, la Reforma y la Revolución Mexicana; al final de cada una de ellas, pese a que el mayor esfuerzo y sacrificio lo ofreció el pueblo, surgió siempre fortalecida y favorecida la clase social económicamente dominante, grupo que se hizo también del poder político y del Estado para, mediante estos, preservar e incrementar sus intereses y privilegios. Los cambios no han cesado, solamente que impulsados por la clase dominante han servido para crear y reproducir las condiciones para alcanzar sus objetivos.
Después que el hartazgo, cansancio y desesperación de la mayor parte de la ciudadanía provocó una asistencia masiva a las urnas y eligió, precisamente por la oferta de una real transformación, al candidato que más alentó sus esperanzas de modificar una situación insostenible que le afectaba profundamente, ahora es el momento de precisar las características de esa transformación.
Quizá sea conveniente definir, de la manera más democrática posible, el tipo de país que deseamos y el desarrollo al que aspiramos para, a partir de ello, establecer cuáles son los factores o elementos estratégicos para lograrlo y mediante qué instrumentos o mecanismos lo haremos.
Si lo que queremos es una transformación verdadera y no la reafirmación y consolidación del capitalismo, que es lo que nos tiene como hasta ahora, es necesario pensar en una profunda transformación cultural que nos induzca a un examen crítico como sujetos históricos en relación con todos aquellos factores que posibilitan una mejor calidad de vida y analizar por qué no la hemos logrado y lo que debemos hacer para alcanzarla.
Ese cambio cultural necesariamente implicará el despliegue de una lucha ideológica para desterrar las concepciones del mundo, la historia, la realidad y otras que nos han impuesto y a través de las cuales la clase dominante ejerce, con menores dificultades, su dominio sobre la mayoría. Con concepciones propias podremos enfrentar con mayores posibilidades de éxito los graves problemas sociales y ecológicos que hasta ahora han permanecido irresolubles.
Si realmente queremos un cambio en nuestro país tendremos que atacar las causas reales de los problemas y para ello es necesario entender la realidad y la sociedad en que vivimos, sus contradicciones, los obstáculos que impiden el desarrollo, con quiénes podemos aliarnos, con quiénes debemos buscar la unidad, a quiénes neutralizar y, sobre todo, por qué y contra qué o contra quién luchamos.
Para alcanzar esa claridad es que necesitaremos una visión y concepción propias del mundo, la historia y la realidad, de lo contrario estaremos luchando en el campo que más conviene a nuestro enemigo y con ideas y conceptos que nos impedirían definir con precisión los objetivos y alcances de nuestra lucha.
Dado que las condiciones de vida y trabajo de la inmensa mayoría de la población se han deteriorado de manera alarmante, será necesario que la transformación que intentemos se refleje en mejoras materiales para el pueblo; sin embargo, cualquier avance en ese sentido que desatienda la parte cultural del proceso, corre el peligro de ser revertido por quienes hoy detentan el poder, porque en defensa de sus intereses, que son opuestos a los del pueblo, recurrirán a su poderío económico, a sus aliados internos y a sus amos extranjeros para recuperar sus privilegios. La historia reciente da cuenta de ello.
La transformación sostenible de nuestro país es viable y será posible en la medida en que el propio pueblo participe, se convierta en el principal protagonista del cambio, lo conduzca a una revolución integral, pacífica, del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, y lo defienda.
Que se puede esperar de todo lo referente a ecología cuando la OCDE informa que los políticos y burocracia en Salamanca han robado al pueblo más de 970 millones de dólares y eliminado a más de 800 personas en el período 1948 a 2018 .