Por: Dr. Juan Manuel Pascual Alarcón Sánchez

Ya es junio, mes de las lluvias que germinan el  arco iris  

En junio se asientan las lluvias, se lavan las calles y humedece la tierra, se fecunda, pequeñas gotas la atraviesan y la germinan; cuando los torrentes golpean amenazantes, acechan los vientos, reacios espíritus danzan en las copas de los árboles, bailan rituales amorosos que jadean en una batalla placentera; comienzan entonces, los humos que construirán el arco iris, el que nace con la tormenta que es acariciada por el sol, el que es producto del incesto entre el cielo y el Inframundo, el que cubre el orbe y obligó a la humanidad -tan mortal y finita que desea ser eterna- a voltear a lo inalcanzable; ahí aparece, la deidad de colores, la representación que rompe la dualidad de la luz y la oscuridad…
Es en junio -también- el mes del orgullo, los treinta días que culminan la mitad de un tiempo de 12 cuentas y que cada uno de ellos, son un motivo para conmemorar las existencias incómodas, las vidas que se empecinaron en mantenerse a pesar de la muerte misma, de la condena, de la humillación, del desconocimiento, la censura y persecución; los discursos de odio y las fobias encontraron eco en las buenas conciencias, justificaban reduciendo la vida a binarismos absurdos, funcionales y procreativos; no hubo cabida para la razón, para la otredad, para el diálogo con la diferencia… y comenzaron los guetos, la cacería de brujas disfrazadas escondidas en identidades amorfas, la carrera de las locas que se levantaban el vestido y apresuraban el paso con sus tacones en la mano huyendo de la policía moral que le enjuiciaba detrás de una biblia y un rosario colgando, la resistencia de las «lenchas» imponente que parecía fueron hechas de acero, siempre desafiantes, siempre contundentes y muchas veces excluidas también en la misma diversidad, las transformaciones de cuerpos que fueron estigmatizados por biologicismos reduccionistas en nombre de una ciencia que pertenece a otro mundo, a otros tiempos y otros cuentos con sus hadas, príncipes azules y princesas sumisas…
Hubo entonces un grito colectivo, una comunidad que se sabía diferente y que se identificó con esas minorías obligadas a desaparecer; y se hicieron visibles, irrumpieron en el tiempo de un tiempo en donde no existían, y se dieron cuenta que su cuerpo es político, que el sólo hecho de ser, es un agente disidente de lo normal y normalizado… y tomaron las calles, alzaron las banderas, se besaron, bailaron y pintaron sus rostros de manera festiva, porque la existencia es júbilo, es fiesta disruptiva, es presencia incómoda, es libertad…
Ya es junio, ya está terminando el mes donde las lluvias obligan a la tierra a parir el arco iris que nace del dolor pero que le da posibilidad de existir, como una paralelismo de esa comunidad disidente, golpeada, ensangrentada, obligada a nacer en medio del dolor ocasionado por las entrañas sociales de la negación y el prejuicio; ya se están yendo las tormentas, y con ellas, la memoria de los olvidados, de los rostros desdibujados, de quienes se jactan de pronunciar su propio nombre y saberse que en él cargan la historia de los inmortales, de quienes les antecedieron en esta lucha para poder vestir hoy, su vida de colores.

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