Por: Betzabé Vancini, psicoterapeuta / @betzalcoatl
Buenas tardes, quiero hacer una cita para mi hijo, dice que es gay y venimos a que usted lo arregle y le diga que es una moda, que se le va a pasar, o que está confundido”. Si me pagaran por cada vez que escucho esta línea, estaría flotando en billetes, y es que, aunque estamos en pleno siglo XXI, la diversidad sexual sigue siendo todo un tabú. Los grupos de la comunidad LGBT+ aún son objeto de agresiones, burlas, denostaciones, y sus derechos siguen siendo atropellados. Si el panorama es difícil para las personas homosexuales, es aún peor para las personas trans. Hay toda una maquinaria ideológica que refuerza ideas seudoincluyentes que acaban siendo discriminación velada —o no tan velada—; ideas como: “está bien que se casen, pero que no tengan hijos”; “está bien que sean gay, pero que no se vistan de mujeres”; “que hagan lo que quieran, pero en su casa, no en público”, entre muchas otras más. Sin embargo, el grupo más discriminado e incluso incomprendido dentro de la comunidad LGBT+ son los bisexuales.
La bisexualidad se define como la atracción romántica y sexual que siente una persona por ambos sexos. A los bisexuales se les trata de hipócritas, indecisos, gays de clóset. Se les juzga normalmente por “no definir” su preferencia sexual y hay quien incluso lo atribuye a un problema de la personalidad denominado “trastorno límite”, que se caracteriza por tener una identidad difusa y cambiante.
Una persona bisexual vive normalmente dos etapas en su “salida del clóset”: existe un primer momento en el que se acepta como gay y lo comunica a su círculo cercano, situación que, como en la mayoría de los casos, causa cierto asombro y algunas ocasiones incluso rechazo o desencadena un conflicto familiar. Después de este hecho, la persona se asume como homosexual y usualmente tiene varias relaciones con personas de su mismo sexo hasta que, unos años o meses después, asume o reconoce que también siente atracción por personas del sexo opuesto y que, entonces, tiene que asumirse como bisexual. En este momento viene una segunda salida del clóset, en el que le comunica a familiares, amigos y probablemente a su pareja, si la tiene, que también le atraen personas del sexo opuesto, por lo que sus elecciones de pareja podrán ser indistintas entre hombres y mujeres. Aquí se desata el caos. Normalmente, el círculo cercano reacciona de manera agresiva ante la confusión. Suelen hacer preguntas insistentes del tipo “pero ¿quién te gusta más?” o, incluso, pueden hacer presión para obligarles a decidir por una preferencia, ya sea heterosexual u homosexual, y “permanecer” en ella de ese momento en adelante
Cuando se trata de adolescentes o adultos jóvenes que se percatan de sentir atracción tanto por hombres como mujeres, los padres suelen llevarlos a terapia con la etiqueta de “está descompuesto/a”, y pretenden que durante el proceso psicológico se “ajuste” la preferencia a un solo sexo. No es raro que los padres me digan cosas como “si ya es gay, bueno, que sea gay, pero que no ande cambiando de preferencias; que sea una cosa y ya”. Como si las personas tuviéramos un switch que hay que colocar en la posición correcta para no salirnos de la norma. Pues no, así no funciona.
Según el polémico Alfred C. Kinsey —padre de la sexología—, la bisexualidad es quizá la orientación sexual más común en los seres humanos, aunque no todos la reconozcan o la asuman. Pero, a ver, no se me espanten, tampoco quiere decir que por reconocer el atractivo de personas de ambos sexos tengamos que llegar necesariamente al acto sexual con ellos. Como en todo, hay niveles. Kinsey decía que, dentro de un grupo de individuos, casi todos seremos capaces de percibir como atractivas a personas tanto del sexo opuesto como del sexo propio, sin embargo, algunos individuos pasarán de esa simple percepción hacia la atracción y solo algunos de estos pasarán a las conductas eróticas y sexuales con personas de ambos sexos.
Existen también algunas corrientes psicológicas que le dicen a la persona que no es necesario asumirse o etiquetarse como homosexual o bisexual, que basta con serlo y ya. Sin embargo, estas corrientes posmodernas —flotantes, sin mucho arraigo— favorecen también la difusión de la identidad sexual que a veces se encuentra diluida en la falta de definición. La razón por la que se le dice a la persona que no debe etiquetarse es porque esto le permitirá más adelante reajustar su concepción sobre su orientación sexual y vivirla de cierta manera; esto puede ser muy útil para adolescentes o personas muy jóvenes que aún están en un proceso de autoconocimiento y de aceptación. No obstante, para los adultos de más de 25 años, en los que la personalidad ya está formada completamente, asumir la orientación sexual es un acto de congruencia y de alto grado de autoaceptación. Es decir, una vez que la persona se asume como homosexual o bisexual, está haciéndose cargo responsablemente de las decisiones que tome con respecto a la elección de pareja, su vida sexual activa y el impacto que tiene esto sobre su círculo social y el ámbito familiar
fin de cuentas, el único camino que nos llevará a la plenitud es la congruencia entre lo que decimos, lo que sentimos y la forma en la que actuamos. Esto, por supuesto, implica también abrir la mente a concebir a otros seres humanos como personas complejas, que lejos de requerir un juicio o una clasificación necesitan libertad para asumirse como son.