- En la clausura del Año Litúrgico, las dos Decanatos de la Rectoría de Salamanca imploran por el perdón y la reconciliación.
Miles de fieles de todas las Parroquias y Templos de las dos Decanatos que conforman la Rectoría de Salamanca, marcharon y participaron devotamente en la Jornada de Oración por el perdón y la reconciliación con Dios, en la clausura del Año Litúrgico de la “Misericordia” que convocó la Diócesis de Irapuato.
La devota participación de fieles en la plaza cívica “Miguel Hidalgo” inició por la tarde cuando alrededor de las 16:00 horas algunas Parroquias de las Decanatos del Señor del Hospital, así como del Sagrado Corazón de Jesús, se congregaron para peregrinar desde sus respectivos recintos hacia el primer cuadro de la ciudad, donde tendría lugar la concentración masiva por la paz y la oración.
Entre las parroquias que se congregaron para peregrinar en comunidad, destacaron las curias de San Martín de Porres, San Antonio Abad, Sagrado Corazón de Jesús y el Señor del Hospital, todos evocando cantos y oraciones durante todo su trayecto.
Para ese momento, ya cientos de fieles y sacerdotes de otras rectorías y parroquias, entre cantos y oraciones participaban en los servicios religiosos de preparación, como la confesión por el valor religioso de esta concelebración eucarística.
Ante la presencia de la imagen Vicaria del Cristo del Seño del Hospital, transcurrida la Hora Santa con la Exposición del Santísimo Sacramento, inició la ceremonia Eucarística Concelebrada oficiada por casi la totalidad de los sacerdotes de la Rectoría en Salamanca, oficiada por el Vicario de la Diócesis de Irapuato, Monseñor Gerardo Velázquez Solís, quien dirigió un emotivo mensaje, donde destacó el significado de “La Misericordia” que promovió durante este Año Litúrgico el Papa Francisco, como una invitación a la humanidad a velar y procurar al prójimo, promoviendo la paz, la concordia y el respeto hacia los demás.
La Jornada de Oración por la clausura del Año Litúrgico, culminó con la bendición del Santísimo Sacramento, como símbolo de la Presencia del Dios Vivo en el Altar, como protector y guía del nuevo Año Solemne que inicia para la Iglesia Católica.
