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Silvia sale de su casa todos los días a las cinco de la mañana, acompañada por su hermano, para llegar a su trabajo “a buena hora”. Ambos deben caminar casi dos kilómetros entre calles casi obscuras de la colonia San Juan de la Presa, con el fin de tomar el transporte.
El alumbrado público es deficiente, eso les provoca miedo a ambos, debido a que entre esquina y esquina hay espacios difíciles de pasar. A pesar de que hay luminarias, algunas no funcionan y ya tienen tiempo así.
“Llevan meses sin ser reparadas”, asegura. Otras fueron vandalizadas, desprendidas de los tubos que las sostienen o encienden de manera intermitente y permanecen apagadas por largos periodos; algunas son robadas para venderlas en el mercado negro.
Esa es la realidad no sólo de colonias, sino también, aunque en una menor escala, en varias comunidades en donde el sistema del servicio resulta poco efectivo para los transeúntes, lo cual les genera desconfianza durante su tránsito nocturno.
En ambos escenarios, pese a contar con energía eléctrica, el alumbrado público deficiente hace que cientos de mexicanos padezcan este problema: deben aprender a vivir en la penumbra apenas se va la luz del día.