Por: Eber Sosa Beltrán
Psicólogo activista interesado en los derechos humanos, en la equidad de género.
Una particularidad del activismo en nuestra realidad actual es que es término que se ha ido popularizando en los diferentes contextos sociales y políticos de nuestro entorno. Esto ha generado una cierta ambigüedad a la comprensión de aquello que define el activismo y que dificulta el reconocimiento de su importancia y los espacios en los que transita.
Un acercamiento a lo que implica la labor del activismo social y político es que ésta configura una visión crítica de la realidad y se inserta en un movimiento ideológico de resistencia a las formas de dominio y opresión imperantes que se manifiestan en una forma de pensar que se normaliza, que construye una realidad que no se problematiza y en la que el pensamiento crítico se concibe como una transgresión.
Una de las ideas centrales del activismo es que éste se dirige a promover la justicia social y aún cuando existen escenarios específicos en los cuáles se manifiesta su quehacer, es un acto que esencialmente se constituye en nuestra vida personal y en el que se concibe que éste siempre tiene una implicación política, es decir aquello que hacemos diariamente o dejamos de hacer, la postura que mantenemos ante los demás y nuestra propia concepción de la vida.
Ciertamente es posible que no estemos tan familiarizados con considerar un actuar congruente como el que significa el activismo, su práctica incluyente es un constante desafío. En el caso de la Psicología requiere un profundo cuestionamiento a los modelos de salud y las teorías psicológicas vigentes ya que se considera que éstos son modelos construidos a partir de ciertas condicionantes sociales hegemónicas individualistas, clasistas, sexistas y heteronormativas, cada una de ellas, se constituye como una forma de reproducción de la desigualdad social y por lo tanto desde el activismo se considera necesario abordar y cuestionar.
En la disciplina psicológica como en muchas otras disciplinas se establecen criterios para definir los problemas de salud mental desde construcciones fijas, pero al mirarlas desde la óptica del activismo se distinguen como ideas que mantienen un orden dominante.
Un ejemplo de ello es la conceptualización tradicional de enfermedad mental la cual posee una herencia proveniente de la tradición médica y que a menudo anula el reconocimiento de las propias capacidades de las personas para sanar y configurar nuevas experiencias. Los diagnósticos pueden convertirse en nuevos esquemas morales de opresión ideológica en lugar de guías y referencias que permitan a las personas transitar hacia un nuevo conocimiento de sí mismas.
La falta de contextualización de aquello que nos enferma impide distinguir que en mucho es el medio social y político un cómplice de nuestro malestar y que aquello que sentimos, puede ser también el precio que pagamos por vivir en un orden desigual dominante; es por ello que desde esta visión se exploran todos los aspectos del poder y del control ligados a la vida emocional de las personas y se busca concebir la atención psicológica como un acto humano que reconoce al otro en su singularidad ante las formas de opresión vigentes.
