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Crecimiento, desarrollo, felicidad… Por: Alfonso Díaz Rey A partir de la formación de las clases sociales, sobre todo tras el surgimiento de la propiedad privada, en las subsiguientes etapas...

Crecimiento, desarrollo, felicidad…

Por: Alfonso Díaz Rey

A partir de la formación de las clases sociales, sobre todo tras el surgimiento de la propiedad privada, en las subsiguientes etapas del desarrollo de la humanidad, la necesidad de preservar y reproducir el dominio de un grupo social sobre los demás convirtió en condición ineludible imponer a los dominados la visión del mundo y la realidad de quienes dominan, su forma de pensar.

En tiempos en que prácticamente todo ha sido convertido en mercancía y se presenta al mercado como el ente todopoderoso para corregir los problemas que aquejan a la sociedad en su conjunto, se insiste en mostrar al orden existente como el único con el que la humanidad alcanzará niveles de desarrollo que le permitan una vida de progreso y felicidad.

Ese orden, el capitalismo, pondera el crecimiento económico como el eje del desarrollo de la sociedad, lo que bajo las leyes del sistema ha conducido a una cada vez mayor explotación del hombre y de la naturaleza, y al aumento de la polarización social provocada por la concentración de la riqueza en un reducido estrato social y la expansión de la pobreza y miseria en el resto de la sociedad, lo que exacerba las contradicciones que el mismo sistema genera.

Nos dicen que sin crecimiento económico peligra la creación de empleos y aun los existentes y que, además, caería el consumo y las posibilidades de vivir mejor. Argumentan que es imposible vivir de otra manera y califican como un retorno al pasado las propuestas que consideran formas de convivencia en las que prive la solidaridad, la cooperación, la igualdad y la equidad.

Nos han «vendido» la idea de que para poder desarrollarnos debemos, necesariamente, mantener un crecimiento económico y producir cada vez más; sin embargo, cuando se produce primordialmente para la obtención de ganancias ello lleva a desajustes económicos, sociales y medioambientales que se manifiestan en crisis, las que actualmente afectan toda la estructura del sistema.

El orden existente es el causante de las crisis. Para superarlas, las clases dominantes siempre han implementado medidas en las que el peso y costo de las crisis lo llevan los estratos dominados, particularmente los trabajadores.

Tal ha sido la voracidad por obtener ganancias a costa de lo que sea que han ocasionado una enorme devastación a la naturaleza, la que para ellos también tiene un valor monetario, a tal grado que la humanidad y la vida en todas sus manifestaciones están seriamente amenazadas por los desequilibrios que esa actitud genera.

Quizá sea este el impacto más grave de los que el capitalismo ha provocado. No es solamente la explotación irracional de las riquezas naturales; a ello habrá que agregarle las afectaciones por la contaminación que ese modo de producir genera sobre todos los componentes de nuestro medioambiente.

Los esfuerzos para enfrentar esta amenaza se han realizado desde la óptica y la lógica capitalistas y, como era de esperarse, han fracasado y el problema crece día con día, lo que muestra que la solución a los graves problemas ambientales no puede darse cuando la ganancia, la acumulación y concentración de riqueza prevalecen sobre la vida.

Por ello, como humanidad, necesitamos encontrar la manera de construir un mundo mejor y más justo que este, en el que actualmente «vivimos». Solamente de ese modo, cimentando nuestra vida en una escala de valores diferente, opuestos a los del capitalismo, podremos, también como humanidad, aspirar a vivir felices y en paz.

¿Que ese mundo mejor es un sueño? Pues soñemos, que es el primer paso para transformar una realidad. Y hagamos posible ese mundo mejor. 

Salamanca, Guanajuato, 01 de diciembre de 2019

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