En lugar de centrar su cuarto informe de gobierno en los resultados, avances y pendientes de su administración, el presidente municipal César Prieto protagonizó dos episodios de llanto que desviaron el propósito del acto oficial hacia el terreno personal.
El primero ocurrió durante la sesión solemne del Ayuntamiento, cuando el alcalde interrumpió su mensaje al hablar de su familia. Posteriormente, en el evento realizado en la Casa de la Cultura, volvió a quebrarse frente a invitados, funcionarios estatales, federales y locales. En ambos momentos recordó pasajes de la adolescencia de su hijo, dejando de lado el contenido político y administrativo esperado en un informe.
La escena llamó la atención porque, más allá del simbolismo emocional, se trataba del informe de gobierno: un ejercicio de rendición de cuentas que debía estar centrado en datos, acciones concretas, políticas públicas y resultados. La decisión de colocar anécdotas personales al centro del discurso dejó en segundo plano los temas que más preocupan a la ciudadanía, como seguridad, economía, infraestructura o servicios públicos.
Así, el que debía ser un acto institucional para evaluar el rumbo del gobierno municipal terminó marcado por la carga emocional del alcalde, lo que generó críticas sobre la pertinencia de llevar asuntos privados a un escenario destinado al escrutinio público.


































