Accidentes industriales y emergencias ambientales
En la anterior entrega a esta columna Alberto De la Torre comentó la realización de una actividad, el Toxifest, que mantiene viva la conciencia pública y la denuncia por una fuga de malatión ocurrida en el año 2000 en Salamanca, que derivó en una emergencia ambiental.
Ese accidente fue, en realidad, un hecho que puso al desnudo una serie de irregularidades que la empresa, Tekchem, acarreaba desde mucho tiempo atrás, con diferentes denominaciones y propietarios.
El empleo de tecnología obsoleta, malas prácticas de ingeniería derivadas de ese atraso tecnológico, deficiente mantenimiento y malas prácticas ambientales, entre otras causas, dieron origen a la conjunción de las condiciones que tuvieron como resultado el accidente.
Se ha hablado y escrito acerca de los efectos sobre la salud y el ambiente de las sustancias liberadas en aquella ocasión, pero lo más triste y preocupante es que no fue un hecho desafortunado ni fortuito; en nuestro país y en otros países del llamado Tercer Mundo ese tipo
de eventos suelen presentarse con alarmante frecuencia y en ello tiene que ver de manera importante, como lo plantea Alberto, laxitud en la aplicación de la normativa y la corrupción tanto en círculos gubernamentales como de la empresa privada.
El que una empresa pretenda desarrollar algún proyecto que involucre materiales peligrosos o tóxicos, con el empleo de la más avanzada tecnología de proceso y de control de emisiones, no es garantía de seguridad en términos ambientales si en el manejo (transporte, almacenamiento, distribución, etc.) y en el uso final no se garantizan los mismos niveles de seguridad que en su producción. El caso de la minería es el ejemplo que con mayor frecuencia ocupa espacios en la prensa.
Otro factor, y de no menor peso e importancia, es la ganancia. Cuando el objetivo de una actividad es la ganancia, todo se supedita a ese fin y se desatienden o se asigna un carácter secundario a aspectos que aparentemente no están directamente relacionados con ella, lo que tarde o temprano crea condiciones que alteran el desarrollo normal de la actividad y sobrevienen accidentes. Si a ello agregamos la corrupción y la laxitud normativa, los impactos generados se verán potenciados.
El problema es que tanto el ser humano como la naturaleza han sido convertidos en mercancía, con un valor monetario que los equipara a cualquier otra; y el hecho de cambiarlos, desecharlos o dilapidarlos con tal de obtener algo a cambio, es una cosa natural en ese mercado donde no existen principios, ni moral, ni una pizca de humanidad.
Cuando en la producción de bienes o servicios el objetivo sea cubrir las necesidades esenciales del ser humano y de la sociedad, y resolver sus más graves problemas y carencias, el enfoque de las actividades que se emprendan para tal fin será uno diferente al que se tiene cuando la finalidad es la obtención de cada vez mayor margen de ganancia a costa de cualquier cosa.
Revertir tal situación no es fácil. Sabemos que quienes nos gobiernan atienden los intereses del grupo en el poder; por tanto, son incapaces de resolver los problemas del país y sus habitantes; lo que plantea que la solución está en nosotros: el pueblo.
Y así como debemos conocer nuestros derechos, todos, los políticos, económicos, sociales, culturales y ambientales, debemos, sobre todo, ejercerlos; también deberemos ser capaces de organizarnos para llevar a cabo esa tarea porque de otra manera tendremos que acostumbrarnos y resignarnos a vivir en la indignidad.
Salamanca, Guanajuato, 25 de diciembre de 2016.