La modernidad
Por: Alfonso Díaz Rey
Sabemos que hemos sufrido de una modernidad excluyente, una modernidad huérfana en América Latina – ni Mother ni Dad -.
Carlos Fuentes
Desde la década de los setenta, pero sobre todo a partir de los años ochenta del pasado siglo, se insistió en que para que nuestro país se desarrollara tenía que modernizarse. Tal modernización estuvo siempre asociada a las recomendaciones del Consenso de Washington, que fueron la base de la doctrina neoliberal.
En México, la aplicación de tales recomendaciones comenzó durante el sexenio de Miguel de la Madrid Hurtado (1982-1988), gobierno con el que reinició con más fuerza la entrega de las riquezas y bienes nacionales, incluido el territorio, al capital privado local y extranjero.
Mediante la privatización de lo que era propiedad nacional, de toda la actividad económica y de dejar a las leyes del mercado la solución de los problemas del país, tal tipo de modernidad prometía impulsar el desarrollo nacional, mejorar los ingresos de los trabajadores y de la población más vulnerable, atender y combatir los problemas sociales más urgentes; en fin, incrementar el nivel de bienestar de la población y convertir el país en uno moderno, con prosperidad y justicia.
¿Qué fue lo que sucedió?
Gradualmente, durante treinta y seis años, se fueron imponiendo y aplicando las recomendaciones del Consenso de Washington y de los organismos financieros internacionales hasta que durante la administración federal encabezada por Enrique Peña Nieto se permitió al capital privado local y extranjero tener parte de la «joya de la corona»: la industria petrolera nacionalizada en 1938, y con ello la entrega de casi la totalidad de las riquezas y bienes otrora nacionales, las actividades económicas y buena parte de los servicios públicos y sociales que el Estado prestaba a la población.
Las consecuencias de esa política neoliberal tuvieron impacto en todos los aspectos de la vida nacional; en un breve e incompleto recuento apreciaríamos, entre otros impactos:
Existen en el país, en términos conservadores, más de 60 millones de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza, lo que representa casi la mitad de nuestra población.
Los servicios de salud, educación y asistencia social han experimentado una merma que adquiere dimensiones considerables.
Un incremento exponencial de la corrupción, la violencia y el crimen organizado.
Se extendió la precariedad laboral y salarial, situación que representó mayores ganancias para el capital y más rezagos para los trabajadores mexicanos.
Una mayor dependencia y subordinación del Estado mexicano y de la economía nacional a los organismos financieros internacionales y al capital extranjero.
Un notable incremento de la deuda, interna y externa, pública y privada, así como de la transferencia de recursos financieros hacia el exterior.
La mayor subordinación a Estados Unidos en aspectos de diplomacia y política interna y exterior.
Aumento de la penetración cultural extranjera, del proceso de desculturización y de la ofensiva ideológica del grupo en el poder, para facilitar su dominio sobre la población.
Devastación de importantes zonas del territorio nacional concesionadas o entregadas al capital privado para explotación del suelo y subsuelo, con afectaciones a la biodiversidad y a las comunidades, abatimiento de acuíferos, pérdida de selvas y bosques, contaminación del aire, aguas y suelos; además del saqueo de las riquezas y recursos nacionales.
Lo anterior permite inferir cuán grandes han sido para nuestro medioambiente, entendido este como la totalidad de las condiciones en que vivimos, las consecuencias de una política errónea y perversa que nos fue impuesta; en ocasiones violando la Constitución o modificándola, antes o después de la imposición.
Lo anterior contribuyó al hartazgo que el 1 de julio del pasado año se manifestó en las urnas contra los candidatos de los partidos que impulsaron y apoyaron las medidas neoliberales y dio el triunfo a Andrés Manuel López Obrador, candidato que ofreció terminar con esas políticas.
La modernidad a que aspira nuestro pueblo es aquella en que se tomen las medidas que conduzcan a una vida digna, con equidad, igualdad, respeto, seguridad, justicia, paz y armonía con la naturaleza.
Sin embargo, creer que una persona y su equipo de trabajo van a resolver los graves problemas y vicios heredados de la etapa neoliberal, es una ilusión que no podrá volverse realidad sin la participación consciente, organizada y decidida de las más amplias capas de nuestro pueblo.
Porque, como el mismo Andrés Manuel López Obrador manifestara cuando era candidato: sólo el pueblo salva al pueblo.