( análisis desde la sociología de la Educación)
Por: MC. JUAN MANUEL PASCUAL ALARCÓN SÁNCHEZ
¿Qué es la educación? Contestar a esta interrogante refiere a una serie de teorías y reflexiones sobre el acto humano de educar. De entrada es colocar el término no como sustantivo, si no como verbo operante y operario, una correspondencia que incluye a varios sujetos protagonistas de este mismo que se circunscriben en una serie de relaciones para caminar hacia su finalidad última: “generar procesos de adaptación, adecuación, adhesión y socialización de acuerdo a las pautas, normas, estadios y exigencias de una sociedad históricamente determinada”.
La gran mayoría de las teorías y reflexiones han girado en torno al cómo educar cuya disciplina se encarga la pedagogía; y –muy pocas veces- gira sobre el qué (ser –ontológico- de la educación) y éste no se mueve en relación a ejes temáticos o contenidos de conocimiento “transferibles” de una generación a otra; la ontología propia de la educación intenta responder a las preguntas “del mundo de la vida”, de la existencia humana. Es en la respuesta a ellas donde se encuentran las máximas directrices rectoras que una colectividad ha asumido como deseable y por ende, las idealiza y camina hacia aquél plano que le llevará –en suposición- a una plena realización de todas las dimensiones del ser humano.
¿Qué sucede entonces con la educación? ¿Dónde se encuentra el problema por el cual la educación no ha logrado su finalidad ontológica? Es menester señalar las implicaciones de las directrices rectoras y la enajenación de las mismas que supeditan a la educación ciertos grupos de poder, para anteponer sus intereses por sobre los de la sociedad. Mucho se ha escrito, promulgado y manifestado la oposición al modelo educativo vigente que se circunscribe en el fenómeno de la globalización neoliberal, son estos grupos minoritarios oligárquicos que prescriben las condiciones de adecuación y socialización del resto colectivo y que con ello se les obliga a competir y emprender una formación educacional delimitada, tendenciosa y perfilada a sostener los mercados mundiales; es aquí donde el fenómeno educativo quebranta la posibilidad de su ser, se percibe vulnerable y por consiguiente auto reprimible.
Si dictar las normativas y máximas de la existencia humana entronizándolas en la educación, es una tarea privilegiada para quienes sustentan el poder, las repercusiones son fragmentarias con su ontología, puesto que se desconoce en primer instancia al actor socio-educativo protagonista que –en palabras de Freire-: «es el hombre que aprende a decir y escribir su palabra», una palabra que nace de su contexto y que dimensiona su mundo y su existencia, que no puede tener sentido si no se piensa colectiva, fraternal y socialmente; que rompe con el yugo individualista y de competencia, generando lazos comunes y comunitarios.
Lo que la educación ha vuelto deseable, idílico y alcanzable de acuerdo al diseño de la cúpula de poder en la “aldea global”; es una sociedad mutilada, una sociedad de competencia, individualista, permisiva, de pensamiento débil, pensada para alimentar la producción a costa de lo que sea y de quien sea, con poco perfil humano, pragmática, poco incluyente, marginal, asistencialista y proveedora de las grandes transnacionales (en el mundo del subdesarrollo), que acelera la producción industrial devastando los recursos naturales y atentando contra la misma humanidad. El hombre socialmente determinado y como producto de un proceso educativo, se ve destinado –la mayoría de la veces- a vacíos existenciales y sinsentidos de la vida, que abren paso a la desesperanza (nihilismo); muy en contraposición de la finalidad última de la ontología de la educación.
Es urgente cambiar los parámetros y fines últimos de la sociedad, urge moldear y transformar el ser de la educación en modelos más incluyentes y humanos, urge colocar en el centro de la discusión, no la producción, no el mercado, no la acumulación, ni la riqueza, sino AL HOMBRE.
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