
Por: -Iván Juárez Popoca
LA CHICA DEL FACEBOOK: en esta época de redes sociales no es extraño que algunos se hayan sentido atraídos por personas a las que nunca han visto personalmente, de hecho muchos matrimonios ha tenido ese origen y también una que otra separación. Influenciado por el fenómeno de los enamoramientos a distancia, escribí un cuento que -según un escritor profesional- tiene algo de bueno, aunque resulta bastante cursi. Me gustaría saber lo que opinan lectores del “El Salmantino”; agradecería cualquier comentario. Bendiciones para ustedes…
“Una y mil veces había visto la foto de su “perfil” en la página del Face, tratando de adivinar su rostro. Sin embargo, me topaba con una imagen carnavalesca: una máscara, adornada con piedras de jade y obsidiana.
A veces, una parte de su piel se confundía con el mar , sus ojos se ocultaban discretamente, tras una flor o una nube pasajera. Así se defendía el misterio de una belleza que yo intuía y anhelaba.
Le solicité ver su cara, pero solamente me decía que si; me daba largas y el día jamás llegaba. A pesar de ello, nuestros mensajes fluían: una infinitud de sistemas binarios que bailaban en medio del espacio más obscuro, brillando cual estrellas, besándose, para luego perderse en lontananza. Era tinta que flotaba y luego se esparcía en alguna playa, para acariciar un cuerpo etéreo, apartarse y volver nuevamente, cada vez más cariñosa y más feliz.
Me peguntaba el porqué de la barrera: quizá era el temor ante los peligros del laberinto, invadido por minotauros acechantes; el mundo de las sombras. Tal vez se trataba de algún tipo de inseguridad o, simplemente, un juego sádico que no me permitía ya soñar con otra cosa que no fueran esos velos de promesas incumplidas.
No pude más. Decidí ir a su encuentro; viajé cientos de kilómetros hasta una ciudad del sur: un bárbaro del norte, cabalgando, espada en mano, dispuesto a liberar a una princesa.
Allá iba, en el asiento de un Omnibús, sin prestar atención a la gente o a los ruidos, con el I Phone encendido, casi en llamas; buscando pistas, atando cabos…
Llegué a mi destino. Se trataba de una ciudad estilo colonial, algo sombría, pero con edificios de singular elegancia. Éstos eran de tal edad y gallardía que parecían ancianos vigilantes, aristócratas que observaban a sus súbditos y que dejaban pasar, con amabilidad, las ilusiones, los cambios de fortuna, las alegrías y la muerte.
Cual detective audaz, investigué su paradero: trabajaba en una oficina del gobierno. Así que me interné entre pasillos de color azul tristeza; me asomé a distintos cubículos hasta que pude dar con ella.
Al filo de una puerta pude observar su espalda y su cabello inconfundible: largo y frondoso, brillante y del color del ébano.
Estaba a punto de presentarme pero no pude hacerlo; opté por esperar a que saliera y la seguí.
Caminó hasta una plaza rodeada de árboles enormes y con un kiosco central. Tomó asiento en una banca, sacó su celular y, poco a poco, se fue quedando inmersa en la pantalla del aparato, de tal manera que pude acercarme sin que me notara.
Me senté a unos metros de ella; pude ver su frente amplia y hermosa, su raíz griega, su boca simétrica…y también una cicatriz que bajaba desde su ojo derecho hasta su pómulo…
Era como si una pintura excelsa, una obra maestra, hubiera sufrido un accidente, perdiendo la pureza del trazo y del color. Sin embargo, yo seguía viéndola perfecta: se imponía la luz de sus palabras, escritas con partículas de amor, y cualquier defecto externo se opacaba, desaparecía…hasta llegué a pensar, a sentir, que aquella mancha le sentaba bien, le enoblecía y le hacía aún más admirable.
Me acerqué…ella alzó la vista y me reconoció, quedándose atónita por algunos momentos. Luego se me quedó mirando fijamente y me dijo:
“Te estaba esperando.”
A lo que respondía con toda la fuerza de mi cuerpo y mi espíritu:
“Aquí estoy.”
-Iván Juárez Popoca.