- Modelo de atención implementado con éxito por Centros de Integración Juvenil
Aun cuando la Terapia Ocupacional lleva décadas interviniendo en problemas relacionados con la adicción, su papel no siempre ha sido bien comprendido y suficientemente dignificado.
La preeminencia de modelos asistenciales que consideran al adicto como “enfermo irrecuperable” ha llevado a esta disciplina a asumir roles secundarios, a recibir el encargo de “mantener ocupados” a los adictos, en lugar de utilizar la ocupación como medio y fin de su intervención. Sin embargo, el enfoque del adicto como persona que tiene dificultades en su relación con el entorno y que puede recuperarse y asumir roles adecuados, saludables y gratificantes, sitúa a la Terapia Ocupacional en primera línea de intervención.
La Asociación Americana de Terapia Ocupacional define esta disciplina como el “conjunto de técnicas, métodos y actuaciones que, a través de actividades aplicadas con fines terapéuticos, previene y mantiene la salud, favorece la restauración de la función, suple las deficiencias incapacitantes y valora los supuestos del comportamiento y su significación profunda para conseguir las mayores independencia y reinserción posibles del individuo en todos sus aspectos: laboral, mental, físico y social”, indicó Md. Gral. Lilia María Carvajal Ugarte, al indicar que este tipo de terapias son implementadas dentro del programa de atención en pacientes de CIJ Salamanca.
La adicción es un fenómeno comportamental complejo y multideterminado, que implica elementos genéticos, epigenéticos, del desarrollo, educacionales, psicológicos, ambientales y culturales, que se caracteriza por el establecimiento de hábitos o conductas repetitivas que escapan a los mecanismos de supervisión cerebral de la conducta, de modo que se repite por sus efectos reforzantes a corto plazo, aun cuando acarree malas consecuencias posteriores, señaló.
Para los adictos, el consumo de drogas es una ocupación en la medida en que pueden desarrollar una percepción de control, el alivio temporal del malestar emocional y físico, la aceptación y la interacción entre iguales, factores que pueden ser considerados como un propósito.
La experiencia clínica nos muestra como cada persona presenta un ritmo propio de recuperación, con independencia de la sustancia consumida o de las conductas problemáticas (adicciones sin sustancia). Por tanto, es preciso partir de la evaluación inicial para diseñar una intervención individualizada.
El sujeto debe saber en todo momento cuál es el objetivo de lo que se está trabajando y sentirse en un proceso de mejora que debe traducirse en un incremento de su calidad de vida.
No se trata de forzar hasta conseguir niveles ideales de funcionamiento (por ejemplo, los tenidos por estadísticamente normales en la población general), sino hasta conseguir el nivel idóneo de funcionamiento de cada persona, en ocasiones superior al que presentaba en el momento en que desarrolló su conducta adictiva. Los adictos, en su gran mayoría, conservan intactas buena parte de sus capacidades cerebrales. Sin embargo, algunas funciones han sufrido alteraciones (por el estilo de vida, por el estrés asociado, por el empobrecimiento estimular, por los efectos farmacológicos de la droga).
Nuestro trabajo no consiste tanto en dotarles de algo nuevo como en ayudarles a organizar sus capacidades y a gestionar sus recursos en la vida cotidiana. El protagonista del tratamiento es el propio paciente, pero el responsable del proceso rehabilitador es el terapeuta.